Biografía

Víctor Serge: un fantasma fiel

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La militante, cineasta e historiadora chilena Carmen Castillo realizó el prólogo para nuestra edición del libro "Memorias de un revolucionario" de Víctor Serge. Para ella, estos textos no son solo historia, sino que permiten ver al autor como un pensador y activista de nuestro tiempo.

Sobrevivir es la cosa más desconcertante –lo sigo pensando todavía– por distintas razones. ¿Para qué sobrevivir si no es por aquellos que no sobreviven? Esta idea confusa justifica mi suerte y mi tenacidad dándole un sentido –y por muchas otras razones, hoy todavía me siento unido a muchos hombres a los que sobrevivo, y justificado por ellos–. Los muertos están para mí muy cerca de los vivos, distingo mal la frontera que los separa.

V. S., Memorias de un revolucionario

Cuando nací Víctor Lvóvich Kibaltchiche, alias Víctor Serge, ya había muerto, y sin embargo pude conocerlo. Fue hace mucho tiempo, en una de mis vidas, en Chile. Resistíamos a la dictadura de Pinochet, vivíamos en la clandestinidad. En nuestras maletas había armas y libros. Los libros de Víctor Serge nos hacían más lúcidos, y por lo tanto más fuertes.

De mano en mano, de continente a continente, circulaba en los años 70 El año I de la Revolución Rusa, que como ningún otro relato nos permitía adentrarnos en la cotidiana efervescencia, creatividad y rigor de ese proceso en marcha. No era una rareza. En la formación política de todo militante del MIR naciente, a fines de los 60, había un deber semanal irrevocable: leer un libro de ensayo o de historia. Contra toda evidencia, creo que por allí habría que retoñar e impulsar el trabajo político. La lucha siempre se nutre de lecturas, de libros de historia, pero también de novelas y de poemas, experiencias, emociones, visiones, esos destellos de inteligencia que ayudan a levantarse del suelo, a vivir.

Hundidos en una sobrevivencia cruel, prisioneros de una cárcel invisible, condenados a mirarnos al espejo sin reposo, flagelación y frustración, leer y también escuchar se han rarificado. El presente es el apogeo del individuo y del narciso. ¿Cómo despertar el deseo de la lectura? ¿Cómo transmitir la pasión que Víctor Serge genera?

Acudir a esta nueva cita con Serge hoy, un siglo después del inicio de su vida política activa, a cincuenta años de mis primeras lecturas, habiendo atravesado muchas derrotas, en cartografías y paisajes humanos diversos, es un privilegio. Su autobiografía política, Memorias de un revolucionario, continúa siendo uno de mis textos fundamentales. Entre literatura y manual para pensar y actuar, al releerlo, la somnolencia triste se esfuma, la energía vital vuelve a circular, gestos y actos cobran sentido.

Víctor Serge resurge, sus escritos son reeditados. Su destino, lejos de haberse acabado, se renueva ahora, en un contexto en el que la maquinaria totalitaria creada en esos años no ha desaparecido por completo, se ha travestido. La mecánica esencial de la opresión descrita por Serge perdura detrás de una nueva máscara.

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A costalazos he ido aprendiendo a perder. La verdad, no cuesta tanto, como dice la poeta Elizabeth Bishop. Liviana y despejada de escombros, los encuentros indispensables me han enriquecido más allá de todo lo que podía imaginar. Entre los protagonistas de mi vida, los muertos, sus fantasmas, han forjado una manera de vivir, tal vez no mejor, pero más justa. Cuando la serenidad, la lentitud, el silencio pasan a ser raros bienes, la compañía de mis espectros es una fuente de energía inagotable, un impulso. Nada lúgubre ni macabro. Al escucharlos, miro el futuro. Los ojos sin la memoria no ven nada. Víctor Serge es uno de mis fieles fantasmas.

Indócil al tiempo que pasa, siempre desobediente, aparece de improvisto. Tenerlo como amigo no es ligarme a un pasado marchito, sino empaparme a través de sus vivencias de devenires éticos, de trayectorias humanas extraordinarias, para “hacer mundo”. Me agrada darle hospitalidad a ese pasado palpitante de presente. La deuda con la promesa incumplida de las generaciones vencidas no es un peso, es un equipaje liviano que fortalece y alienta. No estamos solos, somos numerosos y múltiples. “Los muertos son seres vivos que se unen a nuestros combates” (Víctor Hugo).

Los muertos obran en uno. Dejarse seducir por Serge es un privilegio. Junto a él siento un vigor inapropiado a esta “cierta edad”. ¿Vieja dama indigna? ¿O a cada cual su locura? No importa. Su mandato fortalece. Reacio, riguroso, nada complaciente, triza el romanticismo revolucionario y al mismo tiempo lo vuelve invencible. Es la lucidez, aquella herida tan cercana al sol, la que revela la fealdad de un presente que se disfraza de amable y familiar, es ella la savia de nuestra fuerza. Aceptar el desafío, por incómodo que sea, reactiva la indignación y el deseo de luchar. Su ser, su historia, un antídoto contra la resignación, esa pasión triste.

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La historia es trágica, cierto, la cuestión es cómo puede ser atravesada, cómo pasar de la sobrevida a la existencia. Víctor Serge sabe que se puede morir estando vivo, y en su caminar va desperdigando señales para los que vendrán después, nosotros, ustedes. Descifrar ese mapa dibujado a puño y letra, regocijarse ante el arribo/descubrimiento de la “sorpresa” escondida, como en el juego infantil “la cacería del tesoro”.

El tesoro final es un mensaje simple: frente al totalitarismo (es el primero en designar con esa palabra el sistema soviético stalinista) y al fascismo, levantar la democracia socialista. Ese ideal lo practica a lo largo de su vida, reuniendo la acción política y el pensamiento crítico. Una manera de ser revolucionario compleja y casi siempre destinada al fracaso, pero es la única que, de una experiencia de revuelta y resistencia a otra, logra crear el relato de la emancipación a la que aspiramos, ese otro mundo que nunca acabamos de dibujar, pues en estos tiempos de incertidumbre, sin dogma ni religión, todo es a inventar.

Nunca se parte de cero. Las Memorias de Serge son un aliciente fundamental. Es posible, dice, a pesar de todo, mantener la dignidad, vivir una vida verdadera. Se comprende entonces, que ese intelectual revolucionario sea hoy como ayer una perla negra, un perseguido, un paria, un invisible. Silenciado en vida, apátrida, disidente de toda disidencia, su legado ha circulado sin embargo en la tradición marxista libertaria. Herencia involuntaria que sin previo aviso “salta” y “asalta”, despierta los cerebros domesticados y pone en movimiento.

Desde ese remoto tiempo de su vida, los que han tenido acceso a su epopeya y a su ética se han convertido, de una generación a otra, en entusiastas y tenaces transmisores del tesoro perdido. Nada, finalmente, ha logrado hundirlo bajo tierra. Hoy, esta edición de sus Memorias, continúa la posta y apuesta a lectores curiosos, al azar de los encuentros. Coraje, urgencia. Un regalo. Frente al descreimiento generalizado, aproximarnos a un hombre que apunta siempre a ese “otro posible”, “junto a otros”, es saludable. Potencia de los devenires minoritarios. Crear y luchar al mismo tiempo.

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¿En qué momento, en qué bifurcación se traza irremediablemente un destino? ¿Dónde nace la fuerza que permite mantener el rumbo? ¿Qué resorte interior dice no al torturador? ¿Qué es lo que gatilla el deseo de escribir cuando se ha vivido inmerso en la acción política desde la adolescencia?

Resistir, mantenernos de pie, sin quejas. Las ganas de aprehender estos enigmas me impulsan a escucharlo en las noches de insomnio. ¿Qué es lo que hace posible ese resistir? “Resistir es resistir a lo irresistible”, decía Daniel Bensaïd, al pensar en Víctor Serge y en nuestros propios anhelos. Ser actora y no víctima. Pensar para desmontar la servidumbre voluntaria. “Tuve la vida muy dura, es una cuestión de resistencia física y de tiempo. Pero tengo el aguante de los pequeños caballos de Siberia. Terminan, cierto, por morir, pero bien a la larga. Hasta ahora 27 años de lucha y 7 de molestias varias en esta serie en curso”. ¡Aguanta, entonces! Camino áspero, pero destino victorioso. Sí, vencer, ahora y aquí. No rendirse, no volver al redil, no conformarse. A pesar de las penurias, de las persecuciones y el acoso, de la errancia sin fin, Memorias de un revolucionario abre un horizonte de sentido.

“De derrota en derrota… hasta la victoria final”, así resumía Vlady, pintor muralista mexicano, la vida de su padre Víctor Serge. La ironía, el humor, la carcajada, siempre.

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Tiene 39 años, va a morir, en una sala de hospital emerge del sopor, con una “lucidez interior tranquila y rica”, la evidencia surge, una revelación: “La vida que huye y no se puede retener (…) ese sentimiento desesperado me llevó a descubrir que la existencia (humana “divina”) es memoria”. En ese momento, Serge descubre que debe escribir sin parar más que nunca. Sabe que tiene una misión política. Debe dejar memoria para el futuro. Frágil memoria, crearla, darle forma, una y otra vez.

Serge combate contra la máquina de olvido que empobrece. En sus escritos inscribe en los imaginarios del presente figuras de luchadores anónimos, los yergue altivos, exhibe cuerpos y sentimientos. Ejercitar el músculo del recuerdo, no dejar que nuestros queridos espectros, compañeros, se apaguen. Abandonarnos al abrazo y el consuelo que nos ofrecen. Esa humanidad múltiple en resistencia contra la destrucción ilumina.

Escribe y lucha, escribe en toda circunstancia, en la prisión, en la deportación, en las rutas del éxodo, en las habitaciones provisorias, convencido de que solo la verdad puede oponerse a lo peor. Busca contar su tiempo, revelar todo lo que impide la emancipación humana y la creación de un mundo de justicia y libertad. Las dos cosas, al mismo tiempo. “Víctor Serge trabaja en la sombra, cuarenta años, contra viento y marea, literalmente, página tras página para hacer más soportable el futuro de la humanidad” (Debray).

Serge y sus palabras ardientes, sin recriminaciones ni amargura, “nunca justiciero ni vindicativo”, dirá Debray, apuestan que la verdad de los sucesos impulsará la lucha, siempre necesaria. En medio de la tormenta, el faro alerta el peligro, podemos retomar la ruta, el “rumbo es de buena esperanza”. Tal vez la esperanza permanece opaca para quien no ha vivido la desesperación, reconocido su propia fragilidad. Pesimista pero jamás desencantado, nunca abandonó el proyecto de un socialismo libertario. Serge sabe que los crepúsculos nunca vencerán las auroras.

Considero la verdad como una condición de salud material y moral. Quién habla de verdad habla desde la sinceridad; derecho humano en la una como en la otra”. No solo dar cuenta de la Historia, también de lo que la Historia hace de nuestro propio cuerpo. La historia no podía sino pasarle por encima de su cuerpo, él lo sabía y no se escabulló. El testarudo que murió a los 57 años no renegó de aquel que a los 20 eligió la prisión antes que denunciar a sus camaradas de la “banda de Bonnot”. ¿Delatar? Jamás. Derrumbe del ser. Inconcebible. Aunque combatió duramente el uso de la violencia alejada de la consciencia del pueblo en nombre del cual los actos eran ejecutados, protegió a sus camaradas y por ello fue condenado a cinco años de prisión.

Víctor Serge tomó el partido de los que pierden, sin concesión alguna. Nació y murió a la “Izquierda”. Una cofradía de vencidos que se pasan el relevo los unos a los otros, a través de generaciones y continentes, solo hay grandes hombres y mujeres de este lado del mundo. “Algo de inacabado, de abortado, de melancólico en la vida de Víctor Serge que lo vuelve ejemplar. ¿Lograremos hacerlo tan bien como él? Hay que levantarse temprano. El fracaso es lo más difícil de lograr”.

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Hoy como ayer, tiempos sombríos. ¿No será tal vez esa oscuridad la que precisamente brinda el suelo más propicio para crear nuevas maneras de pensar y pensarnos? El legado de Serge lo deja en evidencia.

Más allá de las inmensas diferencias entre las épocas, Serge es también un pensador y un militante de nuestro tiempo. Frente a la brutal traición de la revolución de 1917, no renuncia al socialismo, pero le aporta su carencia, la preocupación por los derechos individuales humanos, la democracia desde “abajo”, el “comunismo de asociaciones”. Serge apelaba literalmente a otro mundo, señalaba que la democracia así concebida es un componente esencial, el corazón de una nueva manera de vivir en común donde la economía y la sociedad se encuentren al servicio de la humanidad y no a la inversa. Exigía abandonar el autoritarismo y la intolerancia: “Creo que uno de nuestros peores errores es la intolerancia hacia los nuestros (…), proviene de ese sentimiento de poseer la verdad que fabrica a los inquisidores y a los sectarios (…). Nuestra salvación se encuentra en una intransigencia tolerante, que consiste en reconocernos mutuamente el derecho al error, el más humano de los derechos, y el derecho de pensar de otra manera, el único que le da sentido a la palabra libertad”.

En aquel lugar eterno que es la memoria plantea preguntas y releva cuestiones fundamentales aún no resueltas en nuestra vereda del mundo, la libertad, la autonomía y la dignidad, y nos recuerda que no hay que perder nunca de vista ese irreprimible anhelo humano. ¿Cómo designar ese punto de destino? ¿Comunismo? ¿Socialismo? Hay que limpiar las palabras y en este presente oscuro, ensancharlas. ¿Eco-socialismo? ¿Eco-comunismo?

En ese camino de luchas siempre a recomenzar, Serge es un llamado intemporal a defender la libertad de pensar, la nueva sociedad “no puede crecer sino a través de la emulación, la búsqueda incesante, la batalla de ideas”. Recuperar la audacia y la imaginación popular de la generación de revolucionarios que nos anteceden para ir creando el lenguaje contemporáneo de la emancipación. De la derrota surgen derroteros, Víctor Serge consagró su vida a describir la tentativa y analizar el fracaso. En este ahora incierto su trabajo merece ser analizado, interpretado, salvado.

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Atardecer, llueve. Sobre mi escritorio, en el pasillo, en el dormitorio, los libros de Víctor Serge, primeras ediciones en francés, traducciones, reediciones. Subrayados, marcados, comentados. Uno, el más reciente, me llama la atención. No lo he abierto. ¿En qué andaba que no acudí a esa cita con él? No importa, es ahora cuando leerlo me estremece. Una dimensión desconocida le da espesor al trazo de su rostro. Desparramo las pocas fotografías que conozco de Serge y Laurette Sejourné. Una mujer, un hombre, enamorados, que la represión ha separado. Él navega hacia México, ella es obligada a permanecer en Francia. Cartas íntimas. Puedo ver, palpar la sensibilidad, esa riqueza de sentimientos y emociones que las Memorias retienen. Algo similar me sucedió al leer las cartas desde la prisión de Rosa Luxemburgo. Dos maneras de escribir: aquella destinada a ser publicada para dar testimonio, reflexionar, debatir; la otra privada, destinada a la mujer amada. En esa correspondencia, la vulnerabilidad, las dudas, los sufrimientos, el consuelo en los encuentros, la desesperación, la confianza siempre por ganar. Desde ese otro lugar, estas cartas de amor iluminan sus Memorias y todos sus escritos. Se entiende al fin que su pensamiento surge desde esa sensibilidad común a todos, el afecto, la ternura, la piedad, el goce ante la belleza de un cielo estrellado, de una flor, de una canción. Comprendo, entonces, su manera de ser, su pensamiento.

Hacia el fin de sus Memorias escribe: “No somos unos vencidos. Sólo hemos sido vencidos por ahora. Todos cargamos con muchos errores y fallas detrás nuestro porque el proceso de todo pensamiento creador sólo puede ser vacilante y a tropezones (…). Tengo más confianza en el hombre y en el futuro de la que tenía entonces”.

Aceptar que no tengo la respuesta al enigma Víctor Serge. Preservar su parte de misterio para no soltar la curiosidad y volver a leerlo, como esta noche en que sonríe enigmático y burlón. Sí, también puede uno inventarse su “Víctor Serge” y persistir en querer descubrirlo.

París, febrero de 2023

Referencias:

René Char (2007): Feuillets d’Hypnos, Gallimard, París.

Víctor Serge (1985): “Carnets”, Préface de Régis Debray, Actes Sud, París.

Víctor Serge & Laurette Séjourné (2017): “Ėcris-moi à Mexico”, préface de Adolfo Gilly, Signes et Balises, París.

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