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Guerra y revolución: el caso Venezuela

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Palabras previas a “Venezuela crónica. Cómo fue que la historia nos trajo hasta aquí”, del libro del periodista y escritor José Roberto Duque. Desde mayo en todas las librerías del país.

Foto: Franciso
Foto: Franciso "Frasso" Solórzano, de la serie "El Caracazo"

“Rebatir esa estupidez con los discursos y con los hechos es fácil. Pero la verdad ya no convence a nadie; la propaganda tal vez haga dudar incluso a los fanatizados, pero la verdad no. No es diciendo ni demostrando verdades como se detendrá el aparato de guerra de Estados Unidos contra Venezuela”.

J.R.D.

La hipótesis central de este libro es que para pensar la Venezuela actual hay que volver cien años atrás, a 1917, momento en el que se descubre que el país está asentado sobre una gigantesca reserva de petróleo. El inicio de la explotación de este carburante, con criterio intensivo y de exportación, es un hito fundacional y constitutivo; y de allí derivan las disputas políticas, económicas y sociales que marcarán todo el “corto” siglo XX venezolano: la incorporación del capital extranjero para su explotación, el desarrollo de una oligarquía financiera parasitaria, el desplazamiento de la producción agrícola, la formación de las ciudades modernas, la consolidación de una cultura rentística, la necesidad de controlar los recursos naturales.

El otro momento –el que inaugura el siglo XXI– es el Caracazo. Desde 1989 Venezuela experimenta un proceso de transformación social que la vuelve un caso de inevitable atención para la investigación política. El ciclo de resistencias callejeras contra el neoliberalismo, que en Latinoamérica forjó experiencias de lucha y organización disímiles y potentes, dio forma en Venezuela a un chavismo popular que, a lo largo de casi tres décadas, ensaya modos de organización e institucionalización de aquellas resistencias. La segunda hipótesis es, entonces, que este nuevo ciclo que se inicia con una revuelta popular dará lugar al chavismo como un tipo de gobierno, pero también y sobre todo, al chavismo como subjetividad del desborde, de la crisis; un modo de la política “más allá” del Estado y del propio Hugo Chávez.

Una constante de esta trama, que va del ‘17 a nuestros días, es la obstinación con la que Estados Unidos intenta apropiarse del petróleo que yace bajo esas tierras caribeñas. En este punto, la relación entre capitalismo y energía cobra relevancia. Es decir, la vulnerabilidad o autosuficiencia de un país depende de la capacidad de controlar alimentos, energía y minerales, explica José Roberto Duque; pero en Venezuela, específicamente, la gestión de la energía fósil es lo que ha moldeado la historia. Solo desde allí se pueden pensar la democracia y la soberanía. El problema del uso soberano del petróleo y de los bienes comunes, en términos más generales, es el problema político central de Venezuela.

Es evidente que la intensidad con la que los intereses de Estados Unidos se ponen en juego en territorio venezolano no tienen parangón en el Cono Sur. Mientras se cierra este libro las tropas estadounidenses navegan por las costas venezolanas en el marco de una supuesta operación antidrogas, el presidente Donald Trump le puso precio a la cabeza de Nicolás Maduro y toda la plana mayor del gobierno es acusada de ser una banda narcoterrorista que busca inundar de cocaína a Estados Unidos para dañar a su población.

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“Estamos en guerra”, dice Duque, mientras escribe estas páginas en medio del segundo apagón eléctrico que afecta al país en 2019. Nada puede ser leído fuera de esa clave. Nada sucede en Venezuela fuera de esa lógica. Duque escribe desde las trincheras de la Venezuela profunda, abigarrada; y desde ahí despliega su mirada de cronista e historiador anclado en el presente, atento a la creatividad popular que reinventa los modos de vivir.

Para el sentido común Venezuela es hoy un Estado Fallido, la encarnación de todas las insuficiencias y males. Su imagen condensa el devenir autoritario y antidemocrático de un régimen socialista, además desvirtuado por el despilfarro y la corrupción, por el hambre, la violencia y la violación sistemática de los derechos humanos. Venezuela es una palabra encarnada en la coyuntura política latinoamericana, que funciona como lo otro de la república (anatema en los medios masivos de comunicación), índice de las posiciones de cada país en el plano geopolítico.

“Vamos a terminar como Venezuela”, amenazan los defensores del neoliberalismo para seguir sus recetas de ajuste y disciplinar cualquier iniciativa democrática que intente cuestionarlas o amplíe la participación popular.Porque el problema de la república –de la división de poderes, del funcionamiento de la democracia liberal– está en el corazón de la crítica a Venezuela, destinataria de un repertorio de estrategias de contrarrevolución a nivel regional, que ocupa el lugar del “mal”, como “el terrorismo islámico” a nivel global.

Y en esa trama, los organismos internacionales y las ONG cumplen un rol activo como árbitros “desinteresados” de los valores democráticos y Estados Unidos como gendarme de estos valores. El ejemplo más reciente es el informe de la ONU sobre los derechos humanos en Venezuela de julio de 2019, también conocido como informe Bachelet, que difundió cifras incontrastables, imprecisiones, fallas metodológicas y datos de fuentes vinculadas a sectores de la oposición y fue ampliamente replicado.

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En suma, el caso venezolano es ejemplo de lo que no se puede nombrar si no es para rechazarlo. Frente a esta verdad irrefutable, Duque mismo se pregunta si hay o hubo una Revolución en curso en Venezuela. En esta línea, rearma un recorrido cronológico que permite vislumbrar, desde 1917 en adelante, cómo se reproducen las vidas, cómo se configuran materialmente. Venezuela es la segunda reserva de petróleo mundial, luego de Arabia Saudita: de la geopolítica a la subjetividad, el petróleo es un elemento clave en la configuración de la realidad venezolana. Es determinante en su organización social y económica, sobredetermina consumos y formas de gestionar los vínculos y las distancias.

Más que la república o la democracia, entonces, el problema es la relación entre el petróleo y la guerra: la guerra contra lo que el sociólogo Reinaldo Iturriza llama “el chavismo salvaje”.Que se inventa cuando la relación compra-venta entra en crisis, cuando los modos habituales estallan. Cuando los recursos, que antes parecían interminables, ya no están. Nunca hay meras víctimas, mera crisis, siempre hay modos de las clases populares reinventando, recreando formas e intercambios no neoliberales. Una experiencia radical en el despliegue de formas prácticas de democracia para contrarrestar la fuerza expropiadora e individualizante del neoliberalismo.

La batalla, entonces,se juega sobre todo en cada territorio, en cada vida, en cada gesto que enfrenta la lógica neoliberal dominante, incluso al interior y en tensión con el proceso. “Estamos en guerra y en revolución”, dirá Duque, “porque hay un pueblo desatado haciendo cosas fuera de lo común por las que antes era perseguido, un pueblo inventando nuevas formas de vivir”.

La clave, entonces, es la creación de instituciones que estén a la altura de las formas de vida que las resistencias van creando. Las comunas y los colectivos, como formas democráticas de organización y de toma de decisiones, son algunas de estas nuevas institucionalidades: son las trincheras del chavismo popular que aún resiste la invasión y la guerra.

Y esta es la Venezuela que nos interesa, el chavismo que reconstruyen estas páginas: un chavismo de ruptura más que de continuidad, de apertura, más que de cierre. Chavismo salvaje que es, finalmente, lo que destila la escritura de Duque, una escritura desmesurada, en exceso, sea a nivel de la sintaxis, sea a nivel del objeto del libro, sea a nivel de la imaginación política. Descifrar las claves del caso Venezuela a los lectores no venezolanos exige la lucidez y desprejuicio de quien se anima a leer con ojos prestados una realidad que poco tiene de obvia.

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