Aniquilar
Anéantir, el último libro de Houellebecq, es un volumen de setecientas páginas, pero la mitad sería suficiente. No es el mejor de sus libros, pero sí la representación más desesperada, resignada y colérica a la vez, del declive de la raza dominante.
Francia profunda. Una familia se reúne en torno al padre de ochenta años que sufrió un derrame cerebral. Coma interminable del anciano patriarca que trabajaba para los servicios secretos. El hijo, Paul, que también trabaja para los servicios secretos y también para el Ministerio de Finanzas, descubre que tiene un cáncer terminal. El otro hijo, Aurelien, hermano de Paul, se suicida, incapaz de afrontar una vida en la que siempre se ha sentido derrotado.
Queda la hija, Cecile, una católica fundamentalista esposa de un notario fascista que ha perdido su trabajo, pero encuentra otro en los círculos de la derecha lepenista.
La enfermedad terminal es el tema de esta novela mediocre: la agonía de la civilización occidental. No es un bello espectáculo, porque la mente blanca no se resigna a lo ineluctable. La reacción de los viejos blancos moribundos es trágica.
El escenario en el que se desarrolla esta agonía es la Francia actual, culturalmente devastada por cuarenta años de agresión liberal, un país fantasmal en el que la lucha política se desarrolla en el cuadrado mefístico del nacionalismo agresivo, el racismo blanco, el rencor islámico y el fundamentalismo económico.
Pero el escenario es también el mundo posglobal, amenazado por el delirio senil de la cultura dominante pero en decadencia: blanca, cristiana, imperialista.
Agonía guerra suicidio
En la frontera oriental de Europa: dos viejos blancos juegan un juego en el que ninguno puede retirarse.
El viejo blanco americano ha vuelto de la derrota más humillante y trágica. Peor que Saigón, Kabul permanece en la imaginación global como un signo del caos mental de la raza gobernante.
El viejo ruso blanco sabe que su poder se basa en una promesa nacionalista: se trata de vengar el honor violado de la Santa Madre Rusia.
El que se retira lo pierde todo.
Que Putin es nazi se sabe desde que terminó la guerra en Chechenia con el exterminio. Pero fue un nazi muy bien recibido por el presidente estadounidense, quien, mirándolo a los ojos, dijo que entendía que era sincero. También muy bien recibido por los bancos británicos que están llenos de rublos robados por los amigos de Putin tras el desmantelamiento de las estructuras públicas heredadas de la Unión Soviética. El jerarca ruso y el angloamericano fueron amigos muy queridos cuando se trataba de destruir la civilización social, el legado del movimiento obrero y comunista.
Pero la amistad entre los asesinos no dura. De hecho, ¿de qué habría servido la OTAN si realmente se hubiera establecido la paz? ¿Y cómo terminarían las inmensas ganancias de las empresas productoras de armas de destrucción masiva?
La ampliación de la OTAN sirvió para renovar una hostilidad a la que el capitalismo no podía renunciar.
No hay una explicación racional para la guerra de Ucrania, porque es la culminación de una crisis psicótica de cerebro blanco. ¿Cuál es la racionalidad de la expansión de la OTAN que arma a los nazis polacos, bálticos y ucranianos contra el nazismo ruso? A cambio, Biden obtiene el resultado más temido por los estrategas estadounidenses: empujó a Rusia y China a un abrazo que Nixon había logrado romper hace cincuenta años.
Por lo tanto, para orientarnos en la guerra inminente no necesitamos geopolítica, sino psicopatología: quizás necesitamos una geopolítica de la psicosis.
De hecho, está en juego el declive político, económico, demográfico y eventualmente psíquico de la civilización blanca, que no puede aceptar la perspectiva del agotamiento y prefiere la destrucción total, el suicidio, a la lenta extinción de la dominación blanca.
Occidente-Futuro-Declive
La guerra de Ucrania inaugura una carrera armamentista histérica, una consolidación de fronteras, un estado de violencia creciente: demostraciones de fuerzas que son en realidad un signo del caos senil en el que ha caído Occidente.
El 23 de febrero de 2022, cuando ya habían entrado las tropas rusas en el Donbass, Trump, expresidente y candidato a la próxima presidencia, considera a Putin un genio pacificador. Sugiere que Estados Unidos debería enviar un ejército similar a la frontera con México.
Tratemos de entender lo que significa el obsceno Trump. ¿Qué núcleo de verdad contiene su delirio? Lo que está en juego es el concepto mismo de Occidente.
Pero, ¿quién es Occidente?
Si damos una definición geográfica de la palabra «Oeste», entonces Rusia no forma parte de ella. Pero si pensamos en esa palabra como el núcleo antropológico e histórico, entonces Rusia es más occidental que cualquier otro Occidente.
Occidente es la tierra de la decadencia. Pero también es la tierra de la obsesión por el futuro. Y las dos cosas son una, ya que para los organismos sujetos a la segunda ley de la termodinámica, como lo son los cuerpos individuales y sociales, futuro significa decadencia.
Estamos, pues, unidos en el futurismo y la decadencia, es decir, en el delirio de la omnipotencia y la impotencia desesperada, los occidentales de Occidente y los occidentales de la inmensa patria rusa.
Trump tiene el mérito de decirlo claro: nuestros enemigos no son los rusos, sino los pueblos del hemisferio sur, a quienes hemos explotado durante siglos y ahora pretenden compartir con nosotros las riquezas del planeta, y quieren emigrar a nuestras tierras. El enemigo es la China que hemos humillado, el África que hemos saqueado. No la muy blanca Rusia que forma parte del Gran Occidente.
La lógica trumpista se basa en la supremacía de la raza blanca de la que Rusia es la avanzada extrema.
La lógica de Biden es la defensa del mundo libre que naturalmente sería el suyo, nacido de un genocidio, de la deportación de millones de esclavos, sistémicamente racista. Biden rompe el Gran Occidente en favor de un Occidente sin Rusia, destinado a desgarrarse a sí mismo y a involucrar a todo el planeta en su suicidio.
Tratemos de definir Occidente como la esfera de una raza dominante obsesionada con el futuro. El tiempo tiende hacia un impulso expansivo: crecimiento económico, acumulación, capitalismo. Precisamente esta obsesión por el futuro alimenta la máquina de la dominación: inversión del presente concreto (del placer, de la relajación muscular) en valor futuro abstracto.
Quizá podríamos decir, reformulando un poco los fundamentos del análisis marxista del valor, que el valor de cambio es precisamente esa acumulación del presente (lo concreto) en formas abstractas (como el dinero) que se pueden intercambiar mañana.
Esta fijación en el futuro no es en modo alguno una modalidad cognitiva humana natural: la mayoría de las culturas humanas se basan en una percepción cíclica del tiempo, o en la expansión insuperable del presente.
El futurismo es la transición hacia la plena autoconciencia, incluso estética, de las culturas en expansión. Pero los futurismos son diferentes y hasta cierto punto divergentes.
La obsesión por el futuro tiene distintas implicaciones en el ámbito teológico-utópico propio de la cultura rusa, y en el ámbito técnico-económico propio de la cultura euroamericana.
El Cosmismo de Fedorov, el Futurismo de Mayakovski, tienen un aliento escatológico del que carece el fanatismo tecnocrático de Marinetti, y sus seguidores americanos como Elon Musk. Quizá por eso le corresponde a Rusia acabar con la historia de Occidente, y ahora lo tenemos.
El nazismo está en todas partes
Pasado el umbral de la pandemia, el nuevo panorama es la guerra que opone el nazismo al nazismo. Gunther Anders había presagiado en sus escritos de la década de 1960 (Die Antiquiertheit des Menschen) que la carga nihilista del nazismo no se había agotado con la derrota de Hitler, y volvería al escenario mundial como resultado del poder técnico, que provoca un sentimiento de humillación de la voluntad humana, reducida a la impotencia.
Pasado el umbral de la pandemia, el nuevo panorama es la guerra que opone el nazismo al nazismo.
Ahora vemos que el nazismo resurge como la forma psicopolítica del cuerpo demente de la raza blanca que reacciona airadamente a su implacable declive. El caos viral ha creado las condiciones para la formación de una infraestructura biopolítica global, pero también ha aterrorizado la percepción de la ingobernabilidad de la proliferación caótica de la materia que pierde el orden, se desintegra y muere.
La mente Occidental ha removido la muerte porque no es compatible con la obsesión del futuro. Remueve la senescencia porque no es compatible con la expansión. Pero ahora el envejecimiento (demográfico, cultural e incluso económico) de las culturas dominantes del norte del mundo se presenta como un espectro en el que la cultura blanca ni siquiera puede pensar, y mucho menos aceptar.
Así que aquí está el cerebro blanco (tanto el de Biden como el de Putin) entrando en una furiosa crisis de demencia senil. El más salvaje de todos, Donald Trump, cuenta una verdad que nadie quiere escuchar: Putin es nuestro mejor amigo. Ciertamente es un asesino racista, pero nosotros no lo somos menos.
Biden representa la ira impotente que sienten los ancianos cuando se dan cuenta del declive de las fuerzas físicas, la energía psíquica y la eficiencia mental. Ahora que el agotamiento está en una etapa avanzada, la extinción es la única perspectiva tranquilizadora.
¿Podrá la humanidad salvarse de la violencia exterminadora del cerebro demente de la civilización occidental, rusa, europea y americana, en agonía?
Así que aquí está el cerebro blanco (tanto el de Biden como el de Putin) entrando en una furiosa crisis de demencia senil.
Sea como sea que evolucione la invasión de Ucrania, que pase a ser ocupación estable del territorio (improbable) o acabe con una retirada de las tropas rusas tras haber llevado a cabo la destrucción del aparato militar que los euro-americanos han proporcionado en Kiev (probable), el conflicto no puede resolverse con la derrota de uno u otro de los dos antiguos patriarcas. Ni uno ni otro pueden aceptar retirarse antes de haber ganado. Por tanto, esta invasión parece abrir una fase de guerra tendencialmente mundial (y potencialmente nuclear).
La pregunta que actualmente aparece sin respuesta se relaciona con el mundo no occidental, que durante algunos siglos ha sufrido la arrogancia, la violencia y la explotación de europeos, rusos y finalmente estadounidenses.
En la guerra suicida que Occidente ha librado contra el otro Occidente, las primeras víctimas son los que han sufrido el delirio de los dos Occidentes, los que no quieren ninguna guerra, sino que deben sufrir los efectos.
La guerra final contra la humanidad ha comenzado.
Lo único que podemos hacer es ignorarla, abandonarla, transformar colectivamente el miedo en pensamiento y resignarnos a lo inevitable, porque sólo así puede suceder lo impredecible, en los contratiempos: la paz, el placer, la vida.
Publicada originalmente en lobosuelto.com.ar