Las clases de Manuel DeLanda que se pueden ver por YouTube muestran su bella pedagogía, gracias a la cual logra iluminar algunos oscuros conceptos ontológicos de Gilles Deleuze a partir de ejemplos tomados tanto de la experiencia cotidiana como de diversas disciplinas científicas. En su producción escrita no se preocupa por explicar a Deleuze; hace algo mucho mejor: utilizar sus conceptos para desarrollar un pensamiento propio, en la cual trata de pensar problemas científicos y sociales. Tinta Limón acaba de publicar en castellano una de sus obras más interesantes, Teoría de los ensamblajes y complejidad social, originalmente publicado en inglés en 2006, y ahora a disposición en nuestra lengua gracias al trabajo de traducción de Carlos de Landa Acosta. Del mismo modo que sus clases, este libro muestra el espíritu pedagógico de DeLanda, ya que los conceptos están volcados constantemente en ejemplos concretos y elocuentes (en este caso, de procesos sociales).
La propuesta de DeLanda en este libro es extraer todas las consecuencias para el pensamiento de lo social del concepto de “ensamblaje”, desarrollado por Deleuze y Guattari principalmente en su obra maestra de 1980, Mil mesetas. De acuerdo a la metodología que explícitamente sostiene DeLanda, no hay una reconstrucción técnica del término, ni un rastreo de los usos y significados de los autores franceses, sino una puesta en operación a partir de su propia interpretación. Se trata de una metodología muy valiosa, porque enfoca en lo que un concepto puede hacer y no tanto en lo que puede significar. Es cierto que por momentos esto produce algunos deslizamientos hacia el sentido común y lleva a abandonar ciertas aristas potentes de la creación de Deleuze y Guattari. Sin embargo, marca el camino para ir también mucho más allá de lo que ellos quisieron o pudieron decir.
El libro comienza con algunas señales de alarma (que, como veremos, quedan mitigadas, e incluso suprimidas, en el marco de la argumentación global de la obra). En efecto, las primeras páginas del libro plantean cuatro tesis que contrarían el que a mi entender es el espíritu del proyecto de DeLanda:
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Una defensa del realismo ontológico como “aceptación de una realidad que existe independientemente de la mente” (p. 9). Esta afirmación lo coloca en la estela del “nuevo realismo”, corriente que incluye algunos autores influyentes como Quentin Meillassoux, Graham Harman, Markus Gabriel y Maurizio Ferraris. La forma en la cual DeLanda lo enuncia al principio de Teoría de los ensamblajes parece aceptar una división entre la realidad y la mente que lo atrapa en un dualismo más cercano a los desafíos de la modernidad temprana ante la reciente secularización (Descartes, Hume, Berkeley, Spinoza o Lebiniz -aunque en la lectura deleuziana de éstos últimos ese problema se diluya-) que del deleuzianismo al que aspirar suscribir.
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Una tendencia a considerar a los ensamblajes como un ámbito que se encontraría entre lo macro y lo micro (“el problema del vínculo entre los niveles micro y macro de la realidad social”, p. 12); pareciera que existen efectivamente entidades objetivamente “micro” (los individuos) y objetivamente “macro” (las estructuras sociales), y los ensamblajes simplemente permiten su articulación. El fin de DeLanda es valorable: “evitar tanto el microreduccionismo -en el que el mundo social se reduce a las personas y sus decisiones fenoménicas- como el marcoreduccionismo, en el que toda las entidades se funden en una sola totalidad que constituye su naturaleza desde arriba” (p. 154). El problema sería (veremos que no lo es) restringir a los ensamblajes a un rol de mediación o perder de vista que todo ensamblaje ensambla las dimensiones macro y micro (en el caso de lo social, macropolíticas y micropolíticas).
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La introducción cierra con una consideración especialmente polémica para nosotros: “no me he esforzado, por así decirlo, en ser multicultural: todos mis ejemplos provienen ya sea de Europa o de los Estados Unidos. Lo anterior refleja mi creencia de que algunas propiedades de los ensamblajes sociales, como las redes interpersonales o las organizaciones institucionales, se mantienen invariantes a lo largo de diferentes culturas” (p. 14). Un libro escrito desde Estados Unidos que toma como presupuesto la invariancia entre lo social en un país central y lo que ocurre en el resto del mundo implica una perspectiva colonial, que ignora, por ejemplo, la especificidad política y social de Nuestra América.
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Al inicio del primer capítulo, DeLanda retoma una lectura recurrente en los estudios deleuzianos sobre la ontología del filósofo francés: enfatizar en las relaciones de exterioridad entre las partes, pero irreductibles a ellas (p. 17). Así planteado, pareciera que existen “partes” atómicas que luego entran en relación y esto contradice la ontología básica de Deleuze, de acuerdo a la cual las “partes” en sí mismas no existen (son indeterminadas) y sólo adquieren determinación en su relación (diferencial). De la misma manera que las “partes extensivas” de Spinoza no existen ya que, según el filósofo holandés, existir es tener una cantidad infinita de partes bajo una relación. Este atomismo de base es especialmente complicado en el plano social, porque a pesar de las advertencias de DeLanda contra el “microreduccionismo”, el sentido común sigue poniendo a los individuos solos y aislados como punto de partida (una de mis frases favoritas de Marx combate justamente esa absurdidad ontológica y práctica: “Individuos que producen en sociedad, o sea la producción de los individuos socialmente determinada: este es naturalmente el punto de partida. El cazador o el pescador solos y aislados, con los que comienzan Smith y Ricardo, pertenecen a las imaginaciones desprovistas de fantasía que produjeron las robinsonadas del siglo XVIII […] cuanto más lejos nos remontamos en la historia, tan más aparece el individuo -y por consiguiente también el individuo productor- como dependiente y formando parte de un todo mayor”). La simplificación del organicismo social, y particularmente de la visión de Hegel al respecto, es poco digna del brillante espíritu de DeLanda. El argumento de “cajas chinas” según el cual “las personas no son las únicas entidades individuales presentes en procesos sociales, sino también las comunidades individuales, las organizaciones individuales, las ciudades individuales y las naciones individuales” (p. 42) no modifica en su esencia el argumento.
Curiosamente, todas estas tesis encuentran su resolución en la trama conceptual que el libro desarrolla. En efecto, la teoría de los ensamblajes de DeLanda permite desmontar el dualismo cuerpo / mente a favor de una realidad heterogénea y múltiple. De la misma manera, individuos y estructuras sociales son ensamblajes entre otros, sin una prioridad ontológica u objetividad especial; mientras que la relación entre lo macro y lo micro es vertebral a la constitución del plano topológico que caracteriza a los ensamblajes sociales (p. 47). Respecto al punto 3), no hay ninguna necesidad de postular una invariancia a partir de los países centrales cuando se posee una ontología sin centro, donde cada ensamblaje puede unir diferentes potencias, tanto minoritarias como mayoritarias, en una lucha sin cese; así, la teoría de los ensamblajes constituye un aporte a la teoría poscolonial, lejos de los rasgos coloniales que aparecen en la advertencia metodológica de DeLanda. Finalmente, la teoría de los ensamblajes supone, justamente, la ontología de Diferencia y repetición, suprime todo atomismo y también toda reducción estructural en favor de la emergencia de lo que llamamos realidad a partir de un juego de planos ontológicos múltiples. Justamente por ello, el capítulo 3, dedicado a “personas y comunidades”, arranca aclarando que las personas son también ensamblajes (“emergen de la interacción de componentes sub-personales”, p. 65) y que sólo es la entidad de menor escala estudiada en este libro. Por lo tanto, no hay partes que puedan preexistir los ensamblajes que componen, más allá de algunos deslizamientos de DeLanda en ese sentido.
De hecho, DeLanda pone explícitamente en cuestión el atomismo, en torno a la noción de causalidad. Un “error tradicional es pensar que los eventos implicados en la relación causal son atomísticos, como sería una colisión de dos bolas de billar” (p. 32). Esa causalidad “lineal” debe ser violada. En la teoría de los ensamblajes, hay que tomar en cuenta tanto la capacidad de afectar de la supuesta causa, como la capacidad de ser afectado del supuesto efecto. Además de las implicancias que la remisión a la filosofía de Spinoza que implica, esto permite romper la causalidad lineal (atomística) en dos sentidos: 1) causas grandes pueden tener efectos pequeños, y causas pequeñas pueden tener efectos inmensos (siempre de acuerdo a la capacidad de afectar y ser afectados de los cuerpos que se encuentren); 2) una misma causa puede tener muchos efectos, y muchas causas diferentes pueden tener el mismo efecto. Y esto porque nunca se enfrentan átomos o individuos (como bolas de billar) sino paquetes de relaciones y partes que no cesan de variar, sin identidad fija, y sometidos a constante variación. A la causalidad no lineal, DeLanda añade una causalidad de la cual hemos escuchado hablar mucho durante la pandemia COVID-19: la causalidad estadística. Una causa puede incrementar la probabilidad de ocurrencia del efecto (no usar barbijo, no vacunarse, en la probabilidad de contagiarse de COVID; contagiarse COVID en la probabilidad de enfermarse gravemente o morir) sin por ello causarla lineal e inexorablemente.
El carácter mutable y no fijo de los ensamblajes es uno de sus rasgos principales: “un ensamblaje, como entidad histórica, siempre está sometido a constante cambio” (p. 20). El ensamblaje tiene determinadas propiedades que “emergen” de la relación de sus partes (es decir, que no existen en las partes consideradas aisladamente, sea que estas “existan” en tal condición, como cree DeLanda, o que simplemente sólo existan en esa relación); sin embargo, esas propiedades no son fijas, no emergen para durar necesariamente (por ello “hay que enfocarse en el proceso de producción de una entidad y no en la lista de propiedades que caracterizan a la entidad como producto terminado”, p. 56). Esta variación no debe confundirse con procesos meramente disolutivos. Por el contrario, la variación es determinante para que un ensamblaje sea lo que es (a diferencia de la relación entre sustancia y accidente, donde la primera se caracteriza por ser lo que se mantiene estable a pesar de los cambios “accidentales”). DeLanda, justamente, distingue dos tipos de variaciones: las que contribuyen a estabilizar la identidad de un ensamblaje, y las que tienden a desestabilizarla. Y así introduce, de manera didáctica, los términos técnicos de Deleuze y Guattari territorialización y desterritorialización. No son cuestiones misteriosas y esotéricas. Simplemente, la territorialización es el conjunto de procesos que incrementan el grado de homogeneidad de un ensamblaje, mientras que la desterritorialización es el conjunto de componentes que lo fuerzan a cambiar o incluso a transformarse en un ensamblaje distinto. DeLanda lo ejemplifica en el caso del ensamblaje más pequeño que considera a nivel social: las personas. Una persona tiene en los hábitos su principal factor de territorialización, mientras que la desestabilización de esos hábitos rutinarios (“la demencia, la fiebre alta, las drogas, el aislamiento sensorial”, p. 69) es una desterritorialización. Pero también es desterritorializante el aumento de las capacidades personales de afectar y ser afectado que “permiten a las personas entrar en nuevos ensamblajes, como el ensamblaje formado por el cuerpo humano, una bicicleta, una pieza de suelo sólido y un campo gravitacional”, p. 69).
En la teoría de los ensamblajes, hay que tomar en cuenta tanto la capacidad de afectar de la supuesta causa, como la capacidad de ser afectado del supuesto efecto.
El segundo capítulo de Teoría de los ensamblajes aborda la distinción entre ensamblajes y esencias. La diferencia más importante es que la parte actual de un ensamblaje debe estar necesariamente complementadas por su estructura virtual que, por una parte, evita reducir todo lo que acontece a un juego de causas eficientes más o menos sofisticadas, lo cual lleva en última instancia a un fatalismo mecanicista à la Merovingio, y , por otra parte, a no recurrir a la fijeza de la sustancia. La estructura virtual remite a la ontología profunda de Diferencia y repetición a la que me referí más arriba: una multiplicidad de relaciones entre elementos indeterminados que produce una serie de puntos singulares. DeLanda señala que algunas ciencias, como la física y la química, estudian esas virtualidades cuando investigan las estructuras topológicas como espacios de fase (p. 43), permitiendo concebir con claridad los ensamblajes físicos y químicos. Las ciencias sociales no han conceptualizado aún los espacios topológicos correspondientes a las entidades sociales (p. 47), pero filosóficamente esto conduce al problema de lo macro y lo micro. Aquí DeLanda descarta lo que había dado a entender en la introducción, y aclara que lo macro no debe confundirse con “la sociedad” ni lo micro con “el individuo”. Por el contrario, macro y micro pueden “ser usados para denotar las partes concretas y el todo emergente operando a cualquier escala” (p. 47). “Lo que proponemos es remplazar el concepto de «la sociedad» por una realidad social que opera en múltiples escalas al mismo tiempo, y en las que cada nivel tiene su propia historia. Esto nos llevará a reconocer que el cambio social deber ser pensado y efectuado a cada escala, y rechazar soluciones simplistas que trata de cambiar «la sociedad» con un sólo evento revolucionario” (p. 51). En suma, a pesar que la estructura del libro, donde los tres capítulos finales están dedicados a distintas “escalas” de ensamblajes sociales (personas y comunidades; organizaciones y gobiernos; ciudades y naciones) estas escalas son relativas, actúan y resuenan unas sobre otras, y son dimensiones o capas de una realidad compleja y no centralizada.
El cambio social deber ser pensado y efectuado a cada escala, y rechazar soluciones simplistas que trata de cambiar «la sociedad» con un sólo evento revolucionario.
Justamente esta crítica a los sistemas centrados lleva a DeLanda a ser desde el inicio crítico con el concepto de Estado, el cual asocia con una Idea sustancial, fija y monolítica. Por ello concluye: “Una vez que se toman en cuenta los cientos de agencias burocráticas, cortes judiciales, departamentos de policía, cuerpos legislativos, comisiones especializadas y demás entidades gubernamentales, las deficiencias del concepto de «Estado» se ponen de manifiesto. La idea de un Estado monolítico lleva directamente al error de pensar que no existe una brecha entre la formulación de políticas públicas y su implementación real” (p. 113, en p. 50 había dicho: “Un gobierno real no se parece a la totalidad monolítica que la generalidad reificada de «el Estado» trae a la mente”). Es claro que cualquier pensamiento estatal medianamente sofisticado toma estos descubrimientos como punto de partida (remito para esto especialmente a Habitar el Estado, de Abad y Cantarelli, y El fantasma en la máquina, compilado por Abad y Amador, ambos en editorial Hydra, donde se observa claramente que el Estado no es necesariamente, como piensa DeLanda, una entidad general “vagamente definida”, p, 27). Sin embargo, lejos de contraponerse a las ideas de Abad, Amador y Cantarelli, la teoría de los ensamblajes tal como DeLanda la construye resulta un gran recurso para enriquecer el pensamiento estatal. En efecto, la variabilidad, el juego de desterritorialización y reterritorialización, la topología de lo macro y lo micro, permite pensar un Estado orgánico que no trascienda a sus sujetos, sino que por el contrario posea la capilaridad necesaria para ser el Estado minoritario (en sentido técnico de Deleuze y Guattari: de las fuerzas oprimidas, más allá de su magnitud numérica; al respecto, remito a los editoriales de Ideas, revista de filosofía moderna y contemporánea, nros. 13 y 14).
En suma, La teoría de los ensamblajes resulta una herramienta poderosa para pensar los procesos sociales de nuestra época, presentando un modelo múltiple y no centralizado de lo social, sin por ello caer en un nihilismo donde ningún cambio favorable es posible. El libro está plagado de ejemplos y estudio de los diferentes niveles: las interacción entre personas, la formación de las ciudades, la fuente de legitimidad de los gobiernos y la puja entre naciones van ilustrando los diferentes modos en lo que los ensamblajes ofrecen una identidad precaria a procesos que nunca son fijos y no cesan de devenir, permitiendo tanto explicar la caída en la catástrofe y el desánimo ante el triunfo del egoísmo y el individualismo, como la posibilidad de mejores formas de vida en el seno de lazos comunitarios con fuerza y legitimidad.
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Julián Ferreyra es autor de L’ontologie du capitalisme chez Gilles Deleuze (Paris, L’Harmattan, 2010), Deleuze (Buenos Aires, Galerna, 2021), Hegel y Deleuze, danza turbulenta (Adrogué, La Cebra, 2022). Es doctor en filosofía (UBA/Paris X), investigador independiente del CONICET (Argentina) y profesor adjunto regular de Antropología Filosófica (Departamento de Filosofía, FFyL, UBA). Investiga la la ontología de Diferencia y repetición (particularmente los conceptos de Idea, intensidad y su vínculo recíproco) y cómo esta subyace a todas las obras posteriores de Deleuze. También trabaja el lugar del Estado en la filosofía deleuziana, y la relación del filósofo francés con el idealismo alemán (particularmente Hegel y Fichte). Conduce el grupo de investigación: “Deleuze: ontología práctica (a.k.a La deleuziana)” y es Director General de Ideas, revista de filosofía moderna y contemporánea.