Ojeando alguna vez un texto de Juguetes Perdidos me encontré con esa idea de que se “escribe siempre y se publica de a ratos”. Leí allí un sentido de oportunidad de sus autores que se acaba de confirmar con la publicación del pequeño librazo de Leandro Barttolotta e Ignacio Gago. Hay que decir de entrada que Implosión. Apuntes sobre la cuestión social en la precariedad es un trabajo sobre todos nosotrxs, aunque proclame reunir reflexiones sobre más de una década del quilombo social que son los suburbios latinoamericanos.
Implosión, no La Implosión, porque los autores deciden pensar la precariedad como una condición de posibilidad de las existencias en la actualidad. ¿Qué es lo propio de esa precariedad? Vidas quemadas por el endeudamiento, por la provisoriedad de los trabajos, de las viviendas, de los espacios, de los vínculos afectivos. Un desajuste cotidiano que escabulle al acomodo, que huye a la estabilización y se vuelve normalidad. Su par sinonímico es “lo social implosionado”, una gigantesca máquina de producir “cansancio”. Para los autores, las vidas cansadas gestadas por lo social implosionado no tienen nada que ver con vidas quietas, y eso es clave. Es imposible pensar la fatiga al margen del imperativo categórico contemporáneo rendimentista, hiperactivo y aceleracionista. El cansancio de que trata el libro no es el resultado natural de una fantasiosa jornada de trabajo de un empleado estable, hetero, blanco, sindicalizado, peronista de izquierda, en una fábrica metalúrgica de los años 1960; es el agotamiento del “girar en falso” cotidiano para mantenerse a flote en un mundo a la deriva. Aquí, la extenuación es el combustible del agite. Sostener un millón de proyectitos que penden de un hilo, “tener mucho laburo, ¿viste?”, “estar a full” y, al final del día, darse cuenta de que no se salió del lugar.
La precariedad totalitaria genera una tonalidad afectiva: el “engorramiento”. Si leemos el término en sentido musical más que pictórico, diríamos que la sinfonía de la implosión está cifrada en tono menor, se pasa alucinadamente de dominante a dominante, y el tiempo de la resolución parece no llegar nunca. En ese punto, se lee un ajuste de cuentas explícito con las hipótesis sobre la “derechización de la sociedad” contemporánea. Pero, advierten los autores, el engorramiento no tiene nada que ver con la “personalidad autoritaria”; no es el aparecer de una pulsión inefable siempre a mano para explicar lo que sea. El engorramiento es un repliegue afectivo momentáneo. Una ciudadela libidinal erguida sobre los escombros de un simulacro de Estado de bienestar. Un “devenir securitario” de una subjetividad que tiene poco y nada para proteger. El engorramiento es un compendio de microcálculos para asegurarse el producto enajenado de un sinfín de trabajos diarios en tiempos de colapso de la ciudadanía salarial.
Según Barttolotta y Gago, pensar el paisaje implosionado requiere un cambio de registro, porque, dicen: la implosión no “se viene” como el estallido, “se vive”. Por ello, el libro se cuenta a sí mismo desde una suerte de escritura fotográfica que busca captar casi que artesanalmente “los gabaratos” de aquellas “existencias que no suelen percibirse”. Hay un presupuesto latente en esa metodología. El ajuste de los lentes para salir a campo depende también de una ampliación del alcance del “objeto” a chusmear. A las sociedades contemporáneas hay que pensarlas como una gigantesca fábrica social que rebalsa los antiguos “talleres ocultos” del capital. Es por eso que Barttolotta y Gago deciden explorar los lugares más insospechados como los centros de salud, las escuelas, las esquinas de los barrios, y ver qué pasa cuando en general se da por sentado que allí no pasa absolutamente nada. En cada uno de esos espacios no hay banderas, ni bombos, ni dedos en v, pero a la conflictividad se la nota igual. Como resultado, la idea de “cartografía”, central en el libro, es resignificada. Porque cartografiar ya no es construir un esquema de coordinadas a partir del cual orientarse. Se mapea y se explora el terreno a la vez.
Barttolotta y Gago deciden explorar los lugares más insospechados como los centros de salud, las escuelas, las esquinas de los barrios, y ver qué pasa cuando se da por sentado que allí no pasa nada.
Hay política en la precariedad totalitaria, pero hay que pensarla por afuera de dos esquematismos conceptuales: el “estatista” y el que corresponde a una mirada mística sobre los cotidianos populares (“el pobrismo”, dirían algunos avatares del conservadurismo argentino contemporáneo). Al social implosionado no se le mete en agenda, agregan, no se lo politiza; ya es la política porque la precariedad es la verdadera guerra que transitamos todas y todos más acá de Ucrania y Medio Oriente.
La precariedad es la verdadera guerra que transitamos todas y todos más acá de Ucrania y Medio Oriente.
Otra discusión crucial expuesta en el libro se da en torno a los significados de la idea de “ajuste”. De hecho, en la América Latina progresista de los últimos años se tendió a pensar el “ajuste” en las antípodas de la actividad productiva. En tesis, no habría razones para no hacerlo. Ocurre que esta visión dicotómica del ajuste bloquea preguntas sobre qué exactamente significa producir, industrializarse, crecer (vide los debates sobre el “decrecimiento” como alternativa económica en los últimos años) en la periferia del sistema capitalista. ¿Qué pasa cuando se crece y se generan más pobres? ¿Qué pasa cuando se crece y la desigualdad persiste? ¿Qué pasa cuando se crece y los empleos generados por el crecimiento son de pésima calidad? ¿Qué pasa cuando se crece de la mano del endeudamiento de las familias más pauperizadas? A esos interrogantes suscitados por el libro, Gago y Barttolotta suman otro más novedoso. Proponen hablar de un “ajuste anímico”. Este no se resumiría al debate económico. Más bien, con el término, los autores se refieren a una profunda alteración en el horizonte de expectativas contemporáneo (el futuro ya no es más lo que era). Al temido “enfriamiento de la actividad”, habría que sumarle este otro tipo de enfriamiento, más difícil de percibir y más explosivo del punto de vista político.
En los últimos años se ha escrito mucho sobre el ascenso de las derechas. Según nuestro entender, hay tres grandes claves de lectura para pensar el tema. En primer lugar, están aquellas visiones que asimilan dicho ascenso a las experiencias de los fascismos históricos. Luego, están aquellas hipótesis que resaltan la novedad radical del fenómeno, buscando mostrar, entre otros, las articulaciones entre la subjetivación reaccionaria, el rol de las redes sociales y los protagonismos políticos antisistema. Finalmente, en un ámbito más especulativo, están aquellas investigaciones que buscaron pensar la utilización de significantes universales por las derechas para minar regímenes democráticos desde adentro. A pesar del gran valor de cada una de esas hipótesis para explicar el ascenso conservador, en el conjunto, ellas tienden a convergir en un punto débil: analizan el fenómeno a partir de su punto de llegada. Así, en América Latina, y sobre todo en Argentina y Brasil, las conexiones entre el ascenso de las derechas y las agendas de desarrollo desplegadas por los progresismos suelen quedar rezagadas. Sin embargo, hay mucho todavía para profundizar en torno a esa conexión. Sobre todo si pensamos en las derivas de los progresismos posteriores a la crisis del 2008, que en el caso de los dos principales países del subcontinente correspondieron al segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner y al primero de Dilma Rousseff. Si no se platea esa conexión, es dejada en la sombra la profunda reconfiguración de los mundos populares posterior al 2008 que, en la práctica, multiplicó y diversificó regímenes de expoliación material y simbólica que distan muchísimo de los contextos en los cuales los ideales desarrollistas fueron concebidos. ¿Qué resultados pudo producir la combinación de un mundo popular en mutación y la promesa de una profundización de los modelos de desarrollo que finalmente no se concretaron?
El libro de Barttolotta y Gago representa un valioso aporte a ese debate, que sigue más abierto que nunca. Al poner en el centro de su programa de investigación lo que yo llamaría una “etnografía política”, Implosión (pero también los diarios de campo de la Argentina kirchnerista de los últimos años (¿Quién lleva la gorra?, La realidad efectiva te la debo, entre otros), devuelve la procesualidad a la “aparición” de las derechas desde el punto de vista de las “mayorías populares”. (Dudo que los autores nutran alguna simpatía por los debates del siglo XVII, pero con su tenacidad investigativa son fieles a uno de sus aforismos fundamentales: a los milagros hay que explicarlos).
Una coda abstracta: ¿Por qué Implosión suma nuevos elementos al debate en torno a los rumbos de la teoría crítica contemporánea? A mi entender, la teoría crítica posterior al fracaso del “socialismo real” tendió a dividirse en dos principales programas de investigación. Uno, vinculado al proyecto político marxiano de una “transformación del mundo”. Otro, tributario de otra derrota, inscripto en el horizonte schilleriano de una “educación estética de la humanidad”. Al territorializar el concepto de guerra en las vidas cotidianas de los barrios periféricos argentinos, Gago y Barttolotta reformulan los términos de ese debate, abriendo toda una agenda de investigaciones que valdrá la pena explorar en los duros años que se vienen.