Reflexión

Destino manifiesto

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"El capitalismo ya no es capaz de garantizar la reproducción de la humanidad [...] Lo que sí es cierto es la incapacidad de Occidente para aceptar cuál es hoy su destino manifiesto: decadencia, disolución, desaparición", reflexiona el autor italiano.

Poco tiempo atrás, hablando de la caída de Kabul, se me ocurrió escribir en un rapto de retórica que Estados Unidos estaba acabado, porque no tiene presidente, ya que Biden, si alguna vez lo fue, ha sido aniquilado por la gestión de la retirada de Afganistán. Porque ya no es un solo pueblo sino dos y están en guerra entre sí. Porque sus aliados les están abandonando rápidamente, porque China está ganando la batalla diplomática y también la económica.

Si bien todo esto es cierto, he olvidado algo que no es secundario: Estados Unidos es también un complejo tecno-militar que goza de un poder destructivo capaz de devastar el planeta y eliminar a la humanidad no una sino varias veces. Y que además ya tiene la capacidad de llevar a cabo la evacuación de una pequeña minoría de seres humanos del planeta tierra, para ir a quién sabe dónde.

La derrota en Afganistán marca el punto de inflexión en un proceso de desintegración de Occidente cuyas señales se han ido manifestando durante las dos últimas décadas.

Utilizo aquí el término Occidente para referirme a una entidad geopolítica que corresponde al mundo cultural judeocristiano (y que por lo tanto incluye a la propia Rusia).

Quizás el capitalismo sea eterno (hipótesis que verificaríamos si tuviéramos tiempo, pero no creo que lo tengamos). Occidente no. Y lamentablemente el complejo tecno-militar que Occidente tiene a su disposición, y que sigue alimentando a pesar de su más que excesiva capacidad de matar, no responde a ninguna lógica política, sino que es un automatismo que responde a la lógica de la disuasión que alguna vez tuvo un carácter bipolar y simétrico, mientras que tras el colapso de la URSS ha adquirido un carácter multipolar, asimétrico y, por tanto, interminable.

Por otra parte, el complejo tecno-militar es también una potencia económica en sí misma que para reproducirse necesita producir guerra.

Es por eso que este colapso de Occidente no es algo que deba alegrarnos, o al menos no tanto: el desmoronamiento de Occidente no será un proceso (casi) pacífico como lo fue el derrumbe del Imperio Soviético entre 1989 y 1991.

Antes de colapsar, Occidente podría destruir el mundo no porque lo quiera o lo decida su cerebro político afectado por una necrosis evidente, sino por su mismo automatismo.

Italia, a pesar del artículo 11 de su Constitución, y a pesar de ser una potencia militar de segundo nivel, tiene solo 15 aviones contraincendios, mientras que tiene 716 aviones de combate. ¿Para qué los queremos? ¿Por qué Italia está invirtiendo una gran cantidad de recursos en un avión de combate llamado Tempest, junto con Alemania e Inglaterra?

Eso, ¿por qué?

Hoy, después de haber sufrido la enésima derrota en una guerra convencional, sería ingenuo suponer que Occidente (la OTAN, Estados Unidos y Europa) renunciará a la guerra.

Por lo tanto, Occidente en poco tiempo se verá implicado en una guerra no convencional.

El capitalismo ya no es capaz de garantizar la reproducción de la humanidad. La expansión ha alcanzado su punto máximo y ahora la valorización capitalista se logra esencialmente a través de la extracción de recursos físicos y nerviosos que ya se encuentran al borde del agotamiento, y mediante la destrucción del entorno físico planetario y el cerebro colectivo. Llegados a este punto, se abren dos posibles caminos: el de la disolución del capitalismo y el establecimiento progresivo de comunidades escindidas autónomas, igualitarias y austeras. O la guerra. O más probablemente ambos caminos al mismo tiempo.

Lo que sí es cierto, sin embargo, es la incapacidad de Occidente para aceptar cuál es hoy su destino manifiesto: decadencia, disolución, desaparición.

Supremacismo nazi-liberal

El colapso de Occidente es inherente a algunos procesos que en la actualidad podemos reconocer a simple vista: el primero es la creciente infertilidad de las sociedades del norte del mundo (en 50 años la fertilidad de los varones se ha reducido en un 52%). Si se debe, como sostiene Sarah Swan en su muy reciente libro Count Down, a la propagación de los microplásticos en la cadena alimentaria y a los trastornos hormonales causados por dichos microplásticos, o si se debe a la decisión más o menos consciente de las mujeres de no traer al mundo a víctimas de este incendio global que se propaga a toda velocidad, no es lo importante.

El segundo es el surgimiento de potencias capitalistas antioccidentales (China) que por razones inscritas en la formación psicocognitiva se adaptan más fácilmente a la dinámica del enjambre siempre en conflicto con el individualismo occidental. (Con relación a esto, véase el libro de Yuk Hui publicado recientemente en italiano por Nero edizioni con el título Cosmotecnica).

El tercer proceso es la crisis mental, el autodesprecio y el impulso suicida de la población blanca, incapaz de hacer frente a la gran migración que es consecuencia de la colonización en una era de globalización, y que en sucesivas oleadas va minando el orden global. (Quizás valdría la pena releer y actualizar algunas de las consideraciones de Mao Tse Tung y Lin Piao sobre las periferias que rodean y estrangulan el centro).

La población europea es incapaz de afrontar la migración porque defiende con uñas y dientes el privilegio blanco, y se niega a reconocer la necesidad de la devolución de los recursos sustraídos y la necesitad de acoger a migrantes sin condiciones. Es evidente que estas dos condiciones, restitución y acogida, no son compatibles con el mantenimiento del privilegio colonial que, lejos de reducirse, se ha ido fortaleciendo constantemente.

La izquierda europea siempre se ha negado a admitir el carácter radical de este gran fenómeno migratorio, ha minimizado su fuerza devastadora, e inclusive ha llegado a abrazar las posiciones de la derecha, como en el caso de la política adoptada con Libia por el ministro italiano Minniti o de la cobardía del PD (Partido democrático) sobre la cuestión del ius soli.

Occidente se resiste, por tanto, a su inevitable declive, y esta resistencia se manifiesta en el fortalecimiento de los movimientos neorreaccionarios, la respuesta identitaria de los pueblos dominantes que identificamos con Occidente.

Achille Mbembe define esta agresiva defensa del privilegio blanco con la expresión «eurocentrismo tardío».

«Es evidente que en la actualidad el ultranacionalismo y las ideologías de supremacía racial están experimentando un renacimiento global. Esta renovación va acompañada del surgimiento de una extrema derecha radical, xenófoba y abiertamente racista, que está en el poder en muchas instituciones democráticas occidentales y cuya influencia también se puede reconocer en las diversas capas de la misma tecnoestructura.

En un contexto marcado por la segregación de la memoria y su privatización, así como por los discursos sobre la inconmensurabilidad e incomparabilidad del sufrimiento, el concepto ético del prójimo como otro yo ha perdido todo fundamento.

La idea de una semejanza humana esencial ha sido reemplazada por la noción de diferencia, concebida como anatema y prohibición… Conceptos como lo humano, la raza humana, el género humano o la humanidad ya no significan casi nada, incluso si las pandemias contemporáneas y las consecuencias de la combustión en curso del planeta continúan otorgándoles peso e importancia.

En Occidente, así como también en otras partes del mundo, estamos siendo testigos del surgimiento de nuevas formas de racismo que podríamos definir como paroxísticas. La naturaleza del racismo paroxístico es que, de manera metabólica, puede infiltrarse en el funcionamiento del poder, la tecnología, la cultura, el lenguaje e incluso el aire que respiramos. El doble giro del racismo hacia una variedad tecno-algorítmica y eco-atmosférica lo está convirtiendo en un arma cada vez más letal, un virus.

Esta forma de racismo se denomina viral porque va de la mano de la exacerbación de los miedos, incluido y sobre todo el miedo a la extinción, que parece haberse convertido en uno de los motores que impulsan la supremacía blanca en el mundo».

Notas de Achille Mbembe.) sobre el eurocentrismo tardío

En lugar de eurocentrismo tardío, prefiero llamar al actual movimiento reaccionario con la expresión: «supremacismo nazi-liberal», porque el privilegio colonial es el punto de contacto entre el darwinismo social liberal y las políticas de exterminio de Hitler: la selección natural.

Misión cumplida

Tengo curiosidad por ver cómo conmemorarán el vigésimo aniversario del ataque islamista a las torres de Manhattan, pero tal vez no hagan nada, y lo dejen pasar como si nada. Quizás no leeremos en los periódicos frases del tipo «todos somos americanos» como el día en que Bush le declaró la guerra a Afganistán, porque Estados Unidos ha perdido. La derrota en Vietnam fue un drama nacional, la derrota en Afganistán ni siquiera roza la conciencia americana porque el pueblo estadounidense es incapaz de ver el fracaso debido a la epidemia de demencia senil que lo carcome.

Pero si la derrota en Vietnam no fue terminal, la derrota en Afganistán sí lo es. Si bien sigue siendo la mayor potencia militar de todos los tiempos, Estados Unidos ya no posee algo esencial: a sí mismo. Los Estados Unidos de América ya no existen. Hay al menos dos países, en feroz lucha entre sí. Así, mientras el fuego arrasa un área cada vez más grande del territorio y se acerca a las megalópolis, mientras los tiroteos psicóticos ya son algo cotidiano, el país ya no tiene un gobierno que gobierne y ya nunca más volverá a tenerlo.

La victoria de Osama bin Laden es ahora definitiva, y comparadas con esta, las victorias de todos los grandes líderes de la historia pierden todo su valor, porque bin Laden ha derrotado a las dos mayores potencias de todos los tiempos: la URSS y los Estados Unidos. Todos sabemos lo que le sucedió a la Unión Soviética después de la derrota en Afganistán. Ahora estamos esperando lo que sucederá con Estados Unidos y es lógico suponer que los efectos sean igualmente irreversibles. La sociedad estadounidense está irremediablemente dividida, camino de un proceso de desintegración social, cultural y psíquica. La guerra civil no es política, sino cotidiana, molecular y omnipresente.

Entonces, ¿podemos tener la esperanza de que el colapso del poder estadounidense devuelva la humanidad a los humanos? Me temo que no porque este colapso llega tarde: Estados Unidos ya ha cumplido en gran medida su misión, que no consistió en establecer el reino de la democracia, como nos contaban, sino en destruir a la humanidad.

John Sullivan acuñó la expresión Manifest Destiny, para definir la misión civilizadora de los idealistas estadounidenses (¿pero acaso no fueron acalorados idealistas también los líderes de las SS, los propagadores de la alegría de pertenecer a la raza superior alemana?). Su misión era traer al mundo la libertad o, siendo más realistas, transformar la vida humana en mera articulación del dominio absoluto del capital.

Las etapas de este proceso: acumulación primitiva basada en la esclavitud y en el genocidio. Constante intensificación de la productividad de los explotados a través de la deshumanización sistemática de las relaciones sociales.

Esta misión se ha cumplido.

Mientras que algunas grandes empresas (Big Pharma, Amazon, el poder financiero mundial) están obteniendo en la actualidad ganancias sin precedentes, aumentando sus beneficios día a día, la psicosis se apodera de la mente colectiva, la depresión se expande, las armas de guerra de venta libre matan a unos cuantos desafortunados todos los días, los salarios son cada vez más bajos, las condiciones de trabajo son cada vez más precarias y, mientras tanto, los bosques están ardiendo y las ciudades son trampas sin esperanza. El propósito de las guerras impulsadas por Estados Unidos no era ganar. Era destruir las condiciones de vida y convertir a los vivos en espectros dementes como los que ahora deambulan por las metrópolis del mundo.

En 1992 se celebró en Río de Janeiro la primera cumbre sobre el cambio climático. En esa ocasión, el presidente estadounidense, George Bush padre, declaró que «el nivel de vida de los americanos no es negociable».

El nivel de vida de los estadounidenses consiste en consumir cuatro veces más energía que la media de los habitantes del planeta. Consiste en una bulimia psicopática que produce obesidad y agresividad adquisitiva.

Consiste en consumir carne en cantidades demenciales. Etcétera.

El consumismo y la publicidad comercial fueron quizás la contribución más decisiva del pueblo exterminador a la destrucción de las condiciones de habitabilidad del medio ambiente planetario.

El exterminio de lo humano es intrínseco al carácter neohumano del protestantismo puritano del que nació la idea del Manifest Destiny.

El enjambre chino

En el siglo XXI, el destino manifiesto de Estados Unidos se ha convertido en la anulación de la impureza existente, la plena realización del proyecto de digitalización integral y conexión de lo biológico dentro del flujo neohumano.

Ahora ese proyecto de automatización integral se está cumpliendo y sin embargo debido a una broma inesperada (el destino es cínico y tramposo), no serán los occidentales quienes puedan disfrutarlo (por decirlo de alguna manera). Con toda probabilidad, será un pueblo que es al mismo tiempo más paciente y menos individualista, de hecho, un pueblo que funciona como un organismo cognitivo unificado, y que no tiene en su vocabulario la palabra más engañosa de todas, la palabra «libertad».

Occidente es el ámbito en el que se estableció la máquina global del capital, y esto es inescindible del cambio en la naturaleza de la técnica.

En la historia precapitalista, la técnica se desarrolló como una modalidad estructurada y funcional del objeto manejado por el hombre. Pero en el curso de la evolución moderna del modo de producción capitalista, la técnica se transforma en un marco operativo dentro del cual el hombre se ve obligado a actuar y del que no se le permite salir.

A partir de Heidegger, el pensador chino Yuk Hui indica en la palabra Gestell la piedra angular de la transformación de la técnica en factor de mutación de la humanidad en Autómata cognitivo. La técnica establece Gestalt dentro de las cuales la acción humana está cada vez más preordenada, hasta el punto de funcionar como un enjambre.

La mutación tecnológica que ha tenido su laboratorio en California y su territorio de experimentación en Occidente ha logrado establecer el modelo «neo humano», el hombre formateado, compatible, conectado, el modelo de enjambre en el que los movimientos de los individuos son impulsados ??por un cerebro único, del que dependen los cerebros individuales.

Pero la experimentación del autómata en Occidente está funcionando sólo parcialmente, por razones que están ligadas a las peculiaridades culturales y psíquicas del proceso de individuación en el ámbito occidental: la base cognitiva común, ligada al aprendizaje del lenguaje, es endeble y la resistencia al modelo-enjambre es muy alta.

Parece funcionar mucho mejor en el ámbito de las lenguas ideográficas, en primer lugar en China, donde el proceso de individuación tiene características diferentes, porque la base cognitiva común es doble: el aprendizaje del lenguaje hablado y la transcripción ideográfica.

La mente china se integra más fácilmente gracias a las diferentes características del proceso de individuación (adquisición del lenguaje, doble moldeado neural y fácil adhesión al modelo de enjambre).

¿Qué ganáis con todo esto?

Sangihe es una de las innumerables islas del archipiélago de Indonesia. Hace tiempo la isla fue el hogar de un pequeño pájaro azul. Tiempo después parecía que había desaparecido, pero no era así; recientemente se ha descubierto que el gorrión azul aun revolotea por los bosques. Pero no se trata solo del gorrión, también hay algunas decenas de miles de personas que viven en la isla. Pescadores, recolectores, artesanos, profesores, estudiantes.

Hace algún tiempo una empresa canadiense obtuvo una concesión para explotar la mitad del subsuelo porque poco tiempo antes se había descubierto que allí había oro. Hasta hace poco, una ley estatal de Indonesia prohibía la extracción en el subsuelo de las islas, pero el año pasado la presión internacional llevó a la abolición de esa ley. Se puede excavar. Se puede extraer, y la empresa canadiense propietaria de los derechos de explotación está reclamando que se hagan valer sus derechos.

Esto que la BBC documenta en un video que podéis encontrar clicando aquí [insertar el link] no es una historia para nada original. Ha sido así durante unos cientos de años: los depredadores blancos llegan a un lugar cualquiera del planeta, descubren que pueden extraer un mineral que tiene valor para la economía blanca (tal vez un mineral inútil como el oro, cargado de inmenso significado religioso, hasta el punto de poder considerarlo como el tótem de la creencia supersticiosa conocida como «economía»). Los depredadores blancos destruyen todo, someten a los humanos que habitan el territorio a agotadores ritmos de trabajo, y a cambio les dan un salario, un automóvil, una casa con todos los accesorios indispensables para las ratoneras en las que los blancos están acostumbrados a vivir. A estas alturas ya lo han destruido casi todo, y ahora el mundo ha comenzado a arder, y sin duda alguna arderá, hasta que la raza humana desaparezca, salvo quizás unos pocos ejemplares que lograrán escapar a bordo de pequeñas naves espaciales en las que pasarán el resto de sus tristes días como ratas en jaulas voladoras en el vacío. Sin embargo, algunas islas del planeta tierra aún no han sido totalmente capturadas por los exterminadores, porque son demasiado remotas. Sangihe, por ejemplo.

A la pregunta: “¿qué ganaréis con la realización de vuestro proyecto?” (talar los bosques, perforar la tierra, extraer el mineral que la superstición económica considera valioso) el calvo y pacífico representante de la minera responde riéndose: “Millones y millones de dólares. Cuando alcancemos la plena capacidad operativa, planeamos extraer miles de onzas al mes en unos pocos años».

Y habrá trabajo para cinco mil personas. Cinco mil personas podrán dejar de pescar, construir objetos útiles para la comunidad, estudiar, y así por fin podrán recorrer unos cientos de metros bajo tierra ocho horas al día a cambio de un salario que les permita tener un auto, reemplazar su casa con una ratonera y así sucesivamente.

La lectura de esta historia me impresionó porque todo lo que hay que saber sobre la modernidad queda resumido aquí en los cuatro minutos y medio que dura el vídeo. La destrucción de la vida, el placer, la belleza, el cariño, la alegría, el amanecer, el atardecer, la comida, el aliento, a cambio de un salario, de un automóvil, y de un cáncer de pulmón, es decir, de la economía.

Después de cinco siglos, todavía hay lugares en los que no se ha impuesto el tratamiento occidental. Los bosques se están quemando, los ríos se desbordan, las guerras se multiplican, se extiende la depresión, pero en algún lugar aún no ha llegado el progreso. Llevémoslo allí a toda prisa, antes de que se termine el espectáculo.

Ya sólo es cuestión de años. La extinción ya no es una perspectiva lejana, sino un tema que concierne a la generación actual, la que ni siquiera puede ir a la escuela porque hay un virus misterioso. Antes de ser devorados por el apocalipsis que se está extendiendo rápidamente, no debemos olvidar arrastrar también a los pobres habitantes de Sangihe, que aún no han disfrutado de los frutos del progreso occidental.

Que tiene su vanguardia, su símbolo, en los Estados Unidos de América.

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