Llevamos meses viviendo una crisis diversa que ha repercutido en el destino de nuestra vida. Un virus, una pandemia: no habíamos pensado (al menos yo no lo había pensado) que por causas similares se podría generar tan rápidamente un verdadero bloqueo de circuitos esenciales del capitalismo global –además de una transformación radical de nuestra vida. En cualquier caso, eso es lo que pasó: se piensa sólo en el impacto de la pandemia sobre la logística, que muchas y muchos habíamos descrito en años anteriores como uno de los ambientes más relevantes para las operaciones del capital contemporáneo. Ciertamente, también la logística se ha reorganizado rápidamente, acentuando por otro lado las características despóticas de su funcionamiento. Pero el impacto de la pandemia ha sido violento, y seguramente será el origen de transformaciones ulteriores de gran importancia en los próximos meses y años –en la logística como en otros sectores productivos, en los cuales las tasas de ganancia se han caído.
La irrupción del Coronavirus en nuestra vida cotidiana, ciertamente no esperada, aunque muchas veces anunciada los años pasados por la misma OMS; pone retos radicales, que invierten nuestro modo de ser en el mundo y nuestras relaciones con la naturaleza no humana. La fragilidad y la resistencia de nuestro cuerpo, en particular, son vistos a través de lentes parcialmente nuevos y el significado de estar sano (y, por lo tanto, de una buena vida) se carga de problematicidad y de dimensiones inéditas. El mismo capitalismo es golpeado por esta crisis por diversos motivos sin precedentes, tanto en el largo plazo de un modelo de desarrollo que ha trastocado los equilibrios ecológicos del planeta, como por las tendencias más recientes que han conducido a un entrelazamiento creciente entre capital y vida, muchas veces descrito a partir de los diversos usos de categorías como “biocapital” y “biocapitalismo”. Basta recordar el caso de cómo, en particular, el término “biocapital” se ha empleado para referirse al “Big Pharma”) y por lo tanto a un sector que hoy es estratégico para la competencia en investigación de terapias y de vacunas para el COVID-19.
Este conjunto de cuestiones, solo insinuadas, constituyen el marco de análisis necesario que rodea al objeto, pero que no es él directamente. Me gustaría insistir más bien sobre la violencia con la cual la crisis económica y social hoy se manifiesta, en Italia como en otros países: sobre la destrucción de puestos de trabajo que implica, sobre el desgarro de las infraestructuras sociales en los barrios y los países, sobre la acentuación de la precariedad laboral y de la marginalidad social, sobre el peso todavía más violento del trabajo de cuidados (voluntario o asalariado) descargado en las mujeres, sobre las restricciones y sus sacrificios que empeoran sobre las y los migrantes, sujetos móviles por definición, sobre el aumento vertiginoso del ritmo de trabajo en aquellos que estos meses de cuarentena hemos aprendido a reconocer como “trabajos esenciales”. Y la lista podría continuar… es evidente en todos los casos que la crisis tiene consecuencias sociales extremadamente violentas, que amenazan con exacerbar el agotamiento de las redes de seguridad social, como el seguro de desempleo y otras medidas de apoyo a la renta. Esta crisis social se conjuga con una crisis del capitalismo que deja ver, en cada caso, tendencias evolutivas que tienen una discontinuidad indudable que combina elementos de análisis en profundidad de procesos ya en marcha (por poner un solo ejemplo, pensamos en el capitalismo de plataformas, ciertamente destinado a emerger como parte de los ganadores de la crisis).
Vale la pena recordar que el capitalismo tiene una verdadera y característica “afinidad selectiva” con la crisis, tanto por el hecho de que esta última constituye un elemento necesario del ciclo de acumulación, como por el hecho de que las crisis son momentos esenciales de transformación, renovación y recalificación del mismo capitalismo. Las crisis, como por ejemplo la gran recesión de los años 1856-1858 analizada por Marx en sus artículos escritos para el “New York Daily Tribune”, han sido a menudo ocasiones para ver la “revolución desde arriba” por parte del capital; mientras que en otros casos, en presencia de grandes luchas obreras y proletarias, la nueva configuración del capitalismo deja huellas y señales de la lucha de clases y de las conquistas del trabajo: la crisis del año 1929 y del New Deal en EE.UU. son en este sentido un ejemplo clásico. Se ve bien, por lo tanto, como la lucha de clases es una variable esencial para definir la “salida” de la crisis y el escenario consiguiente de estabilización. Vale la pena tenerlo en cuenta, tanto metódicamente como políticamente, para el análisis del presente.
Es evidente en todos los casos que la crisis tiene consecuencias sociales extremadamente violentas, que amenazan con exacerbar el agotamiento de las redes de seguridad social, como el seguro de desempleo y otras medidas de apoyo a la renta.
Sólo he hablado de la estabilización de la crisis. Creo que es importante llevar el análisis, de nuestro punto de vista a los escenarios emergentes de estabilización capitalista de la crisis. Para analizar completamente estos escenarios, después de todo, sería necesario indagar en las transformaciones generales que han invertido el cuadro global, y los desarrollos en países cruciales para el desarrollo y el gobierno de la pandemia como por ejemplo, China y Corea del Sur. Es una cuestión sobre la cual se deberá volver. Aquí, me limito a algunas consideraciones sobre el Occidente, teniendo presente en particular la situación europea y sólo para algunos aspectos la estadounidense. Por otra parte, no hay que olvidar que la crisis actual se inserta en una crisis precedente de gran profundidad –es decir, la crisis financiera de 2007-2008– cuyos efectos han continuado por mucho tiempo circulando a nivel global y en particular, marcando una dinámica económica y social en un país como Italia. Vale la pena recordar que las tentativas de estabilización de aquella crisis han girado, fundamentalmente, en torno a políticas monetaristas (la flexibilización cuantitativa) sin poner en discusión –y por ende alimentando– el proceso de financiarización e incrementando la desigualdad social. En Europa, donde la crisis ha golpeado en particular a las “deudas soberanas”, estas políticas se han combinado con una violenta estrategia de austeridad, como ha sido el caso de la crisis griega de 2015. La continuidad del neoliberalismo parecía asegurada, en una forma autoritaria y precisamente austera que nunca había sido ajena al ordoliberalismo nacido en Alemania.
A mí me parece que hoy, por la fuerza de los acontecimientos, la situación es parcialmente distinta. Tanto en los Estados Unidos, como en Europa, la política monetaria ha hecho un salto cualitativo, y de hecho está cubriendo y haciendo posible el deficit spending de los Estados, ese es el gasto deficitario que el dogma neoliberal del presupuesto equilibrado siempre ha querido evitar. Este es un punto muy importante, ciertamente determinante (como por ejemplo, la suspensión del parlamento de Maastricht) de la situación actual de emergencia pero también potencialmente indicativo un cambio de paradigma. El anuncio de Jerome Powell, el presidente de la reserva federal, despedirse de la inflación del 2% como referencia para las políticas monetarias (sustituyendo su “valor medio” y prefiriendo, si cabe, el “pleno empleo”) es otro elemento de fundamental importancia. Como han escrito en el “Manifiesto” del 12 de Septiembre Marco Bertorello y Danilo Corradi, este anuncio corresponde a un redimencionamiento sustancial de la “lógica de los últimos treinta años”. A esto se le añade naturalmente el “Fondo de Recuperación” europeo (“Next Generation EU”) que moviliza recursos ingentes para la digitalización y la transición ecológica, pero también –lo ha reiterado Ursula von der Leyen en su discurso sobre el “Estado de la Unión 2020”– para el potenciamiento de los sistemas de salud y formación.
Ciertamente, cada uno de estos pasajes debería explorarse con una gran amplitud. Me parece que todavía, tomados en su conjunto, delinean una hipótesis de estabilización (lo repito: estabilización capitalista) de la crisis que muestra una discontinuidad profunda con el neoliberalismo y con la austeridad, dejando inadvertida la emergencia de un nuevo cuadro macroeconómico. De lo que hablo es de una tendencia, evidentemente contraria y de éxito incierto. En cualquier caso, el debilitamiento de algunos aspectos fundamentales, macroeconómicos, del neoliberalismo está bien lejos de prefigurar su crisis terminal. En los últimos años, el debate sobre el neoliberalismo ha mostrado a menudo ampliamente con el auxilio de categorías foucaultianas, como es necesario entenderlo y criticarlo también como una forma de gubernamentalidad, analizando su difusión generalizada, por ejemplo a través de nociones como competitividad y meritocracia, dentro del tejido social. Si bien aún resonaban las discusiones sobre el “post-neoliberalismo” proclamadas por los gobiernos progresistas latinoamericanos, un libro de Verónica Gago (La razón neoliberal, Buenos Aires, Tinta Limón , 2014) nos invitaba a mirar al neoliberalismo no sólo “desde arriba” (precisamente concentrando el análisis sobre en su marco macroeconómico), sino también desde abajo, es decir, cartografiando los comportamientos y lógicas de funcionamiento de instituciones sociales.
Me parece una valiosa indicación, para retomar hoy también por nuestras latitudes. EI neoliberalismo se ha extendido de manera generalizada en nuestras sociedades, ha reorganizado a las instituciones del bienestar (hospitales, escuelas, universidades) entorno a una racionalidad empresarial y ha invertido mucho el nivel de subjetividad. Incluso en un marco macroeconómico diferente, definido por políticas monetarias expansivas, inversiones públicas, el relanzamiento del bienestar, el neoliberalismo permanecería muy presente (en lo que respecta al “Fondo de Recuperación”: en la propia definición de prioridades y lógica de inversión ), y es necesario equiparse con herramientas para luchar contra esto cotidianamente. Pero una hipótesis no neoliberal de estabilización de la crisis define objetivamente un nuevo terreno de juego, en el cual –para decirlo de un modo muy concreto- el problema no es más sobre aquello del Estado de bienestar que debe ser resguardado del desmantelamiento neoliberal, sino más bien, de luchar en modo ofensivo por la construcción de nuevas instituciones y de nuevas políticas de bienestar. Porque al interior de este nuevo terreno de juego el bienestar adquiere una centralidad inédita.
Hablar de una hipótesis no neoliberal de estabilización capitalista de la crisis presupone una conciencia mayor de la profundidad de la crisis que estamos viviendo, pero que no tiene nada de optimista en ella misma. No es baladí recordar que históricamente las políticas monetarias expansivas y las políticas de bienestar han caracterizado una multiplicidad de regímenes, algunos de los cuales han sido autoritarios y dictatoriales. Una victoria de Trump en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre podría por ejemplo poner a la cabeza a una variante particularmente violenta y represiva de esta hipótesis no neoliberal. Generalmente, en cualquier régimen político las políticas de bienestar pueden tener características duramente disciplinarias, selectivas y jerárquicas, en particular en base a los criterios de raza y género, muy importantes para los movimientos de los últimos años. Ningún optimismo particular, por lo tanto: sólo la conciencia del hecho que las hipótesis no neoliberales de estabilización capitalista de la crisis que me parecen ver emerger, determinan un cambio del marco en el que se desarrollarán las luchas y movilizaciones en los próximos meses. Creo que vale la pena tenerlo en cuenta.
Hay un punto en el que debemos ser claros. Hablar de la centralidad del bienestar en la hipótesis capitalista de estabilización de la crisis y en las luchas sociales no significa reestablecer el imaginario del Estado social del siglo veinte. A menudo hemos analizado críticamente los presupuestos de esta forma de estado específica, que tenía una prefiguración en el New Deal de Roosevelt. Al mismo tiempo el reconocimiento y la mistificación de la potencia productiva de la clase obrera industrial en el tiempo de la producción en masa, el Estado social sigloveintista se basaba sobre una composición de clase, sobre una configuración del capitalismo, sobre instituciones y actores políticos, sobre un orden mundial que ha fallado definitivamente. La insurgencia obrera y el movimiento social de los años sesenta y setenta, que han puesto en crisis aquella forma de Estado antes de la reacción neoliberal, más bien, nos brindan un conjunto de elementos que siguen siendo actuales hoy en día: la crítica de las formas de subyugación de género (y de raza en muchos países) sobre las que se fundó el Estado de bienestar, el rechazo a la caracterización disciplinaria de las instituciones de bienestar, la crítica de los procesos de burocratización inherente a las políticas que asumieron al Estado como centro indiscutible. Son todos temas que hay que actualizar y relanzar en la conciencia (lo repito, porque será un tema de batalla política en los próximos meses) que ningún retorno al pasado es posible.
Hablar de bienestar hoy es, entonces, hablar de una innovación necesaria, que reexamina tanto los temas de las políticas sociales, como sus sujetos y las instituciones de esas políticas. No nos faltan brújulas conceptuales para orientarnos en esta búsqueda de innovación. El “modelo antropogenético” o “la producción del ser humano a través del ser humano” de las cuales han hablado constantemente Christian Marazzi y Carlo Vercellone, indican claramente, por ejemplo, el rol crucial que tiene el sector educativo, el sector de la salud y el que tiene la cultura, tanto para el capitalismo contemporáneo como para las luchas sociales. En los últimos meses hemos tomado del movimiento feminista (de “Ni una Menos”) la indicación de asumir la reproducción social –politizada por las luchas– como una clave general para repensar no solo el bienestar sino más generalmente el vínculo entre reproducción y producción, y por tanto también los movimientos que se determinan dentro de esta última. Me parece que este es un punto particularmente importante, porque nos recuerda como las luchas por el bienestar no pueden ser separadas de la producción -un concepto que hemos aprendido a problematizar y a ampliar, tanto por la vía del análisis de las transformaciones del capitalismo contemporáneo como sobre el empuje de las luchas (y pierde sentido reiterar que las luchas de las feministas fueron particularmente importantes en este sentido, así como, aunque de diferente manera, las de los migrantes).
En los últimos meses hemos tomado del movimiento feminista (de “Ni una Menos”) la indicación de asumir la reproducción social –politizada por las luchas– como una clave general para repensar no solo el bienestar sino más generalmente el vínculo entre reproducción y producción, y por tanto también los movimientos que se determinan dentro de esta última.
El bienestar, hoy, se presenta en todos los casos como un terreno esencial de lucha. Es en primer lugar sobre el terreno del bienestar que se tratan de organizar y levantar las luchas sociales, resaltando ese perfil múltiple, atravesado por la diferencia pero unido en la cooperación, que hoy caracteriza la composición del trabajo vivo, y que hemos vislumbrado en la insurgencia en las plazas de Black Lives Matter. Hay que reiterarlo: sin las luchas, sin la lucha de clases a la altura del presente, sólo hay revolución o restauración desde arriba. Y la irrupción de la subjetividad del trabajo vivo en su composición múltiple lo que puede es abrir espacios de democracia y apropiación de riqueza dentro de un proceso que de otra forma estaría destinado a desarrollarse, quizás dentro de un nuevo marco, en el signo de una continuidad sustancial con el pasado. Y es el desarrollo de las luchas, que ya se expresan hoy en particular en los sectores de educación y salud, lo que puede y debe orientar nuestra búsqueda de nuevos montajes institucionales y nuevas formas de liderazgo social en el campo del bienestar.
Luchas en el terreno del bienestar, he dicho. Pero siendo consciente de que no hay un nuevo bienestar sin eso que acabo de llamar apropiación de la riqueza. El tema de la renta, en todas las formas en las que se presenta, es ciertamente fundamental, en particular para contrarrestar la expansión de esa pobreza ante la cual las políticas de bienestar solo pueden ser políticas asistenciales y fuertemente paternalistas. Pero igualmente fundamental es la lucha por los salarios, el contraste de las políticas patronales que claramente apuntan a imponer una forma específica de austeridad en el conjunto de la fábrica social Sin lucha por la renta y sin lucha por el salario, el bienestar se presta a desplegar su carácter disciplinario y a perder todo impulso expansivo. Esas luchas son, por tanto, un elemento fundamental para cualquier razonamiento y para cualquier intervención política sobre el bienestar, al igual que en otros aspectos son las luchas feministas, las luchas de los migrantes, las luchas por los problemas ambientales. La calidad del desarrollo, la determinación subjetiva de las políticas de bienestar, el constante cuestionamiento de las fronteras nacionales de la ciudadanía son, de hecho, tantos elementos esenciales de una política de clase en el apogeo de la era en la que vivimos.
Publicado originalmente en Euronomade. Traducido por Afshin Irani para Revista Rosa.