Entonces apagás la tele. Tantos meses relacionándote con el mundo a través de pantallas te están secando. Guantes de látex, tapabocas, cascos estrambóticos… Cada vez que salís a la calle te encontrás con una mascarita nueva. En otro mundo y otra era salías a cara desnuda, hablabas escupiendo, besuqueabas y abrazabas a cualquiera, te amontonabas por vicio, por espectáculo, por deporte o por show: ¿eras más animal o más humanx? Ahora la consigna es ir por el mundo a los codazos, y que la corriente eléctrica te parta el cuerpo a la distancia. ¡Tu cuerpo es tuyo! –dicen. Pero no existe la felicidad en soledad. Hasta el goce místico supone una superación de la frontera del yo. Una vida sin besos, sin corporalidad, sin el placer de compartir sólo puede augurar depresión y autismo.
El ensalmo final sobre el beso que realiza Franco Bifo Berardi en su último libro, El Umbral. Crónicas y meditaciones, luego de articular sus reflexiones sobre la peste vertidas a modo de diario a lo largo de 2020, es un llamamiento a quebrar el miedo y la miseria psíquica de nuestras sociedades incapaces de pensar la existencia en términos de disfrute.
Hay en la filosofía Berardi una vocación por propiciar la circulación de ideas que vayan al ritmo del presente, que respiren, que dialoguen con sus contemporáneos, que se enchastren de los dramas de cada día para que, al final de la jornada, surja un humilde balance, una pequeña oración regalada a la humanidad como ofrenda. Una filosofía que respira, que no se ahoga en la banalidad, que marcha al ritmo de lo que acontece, para un asmático –como Bifo– lo es todo. La respiración está hecha de tránsito y de pasaje, dos movimientos sucesivos al ritmo de la marcha, exhalar, inhalar, el secreto –un asmático lo sabe bien: Berardi reflexiona sobre su enfermedad en estas crónicas– está en el pasaje, en el umbral: permitir que algo salga, para que algo entre, para que algo salga y así. El “umbral” refiere también a dos instancias claramente opuestas, el linde entre dos espacios separados puestos en tensión: el 2020 es, en ese sentido, un umbral. “El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá”[[1]]–dice.
Žižek identificó esa opción de hierro en el binomio “comunismo o barbarie”; Berardi va un poco más allá: la opción es “comunismo o extinción”. Para Bifo el SARS-CoV-2 no es más que un catalizador, un elemento que permite que las tendencias catastróficas presentes en el mundo contemporáneo precipiten. Los incendios forestales y los grandes negocios agroindustriales, el derretimiento de los glaciares y el cambio climático, la carrera armamentista que no se detiene, el hambre que asola en tantos rincones del planeta: la pandemia viral inaugura una era de terror sanitario que bien puede ser apocalíptica si no se atienden las razones coyunturales que la han generado. Según el filósofo la posibilidad de la extinción de la humanidad está, o debe estar, en la agenda actual; no hay otra forma de salir de esta perspectiva que no sea la igualdad económica radical, la libertad cultural, la lentitud de los movimientos y la velocidad de los pensamientos: el umbral de la emancipación es, pues, la emancipación de la superstición del dinero y del trabajo asalariado.
Hace cincuenta años –recuerda–, “en las librerías de París circulaba una revista llamada Socialisme ou barbarie. Sabemos cómo terminó esa cuestión. No supimos crear las condiciones culturales y técnicas para el socialismo, y el resultado se vio en los primeros veinte años del nuevo siglo: explotación brutal, precariedad y miseria creciente, racismo, nacionalismo, sumisión de la inteligencia colectiva a la ignorancia de la minoría armada. Barbarie” (13). El dilema, la encrucijada de hoy, es aún más acuciante: O el comunismo o la extinción. La tarea intelectual, entonces, es la de crear las condiciones para que la sensibilidad de la conciencia se emancipe e imagine el futuro: si no sabemos crear estas condiciones, entonces tendremos que enfrentar precisamente el fin de la humanidad. “De la humanidad como valor compartido, como sensibilidad, inteligencia y comprensión, pero también de la humanidad como especie: el fin del animal humano sobre la Tierra”.
En esta coyuntura, el desafío es el de crear nuevos procesos de subjetivación capaces de reconstruir los lazos sociales en pos de una conciencia solidaria que quiebre la epidemia de la depresión, la epidemia del autismo, que el capitalismo ha venido acicateando desde hace décadas bajo el imperativo único de la máxima competitividad, contenida y reforzada por la malla famacológica de las drogas lícitas e ilícitas (masas de trabajadores sostenidos a base de prozac, rivotril, valimun, cocaína y varios etcéteras más). La psicodeflación a la que nos somete la pandemia, nos permite “salir del cadáver del Capital; vivir en ese cadáver apestaba la existencia de todos, pero ahora el shock es el preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver del Capital estábamos obligados a la sobreestimulación, a la aceleración constante, a la competencia generalizada y a la sobreexplotación con salarios decrecientes”[[2]]. La situación actual nos permite reflexionar sobre la posibilidad de suspender el funcionamiento del dinero, porque quizás aquí esté la piedra angular para salir de la forma capitalista: “romper definitivamente la relación entre trabajo, dinero y acceso a los recursos. Afirmar una concepción diferente de la riqueza: la riqueza no es la cantidad de equivalente monetario que tengo, sino la calidad de vida que puedo experimentar”[[3]].
Para el autor de La fábrica de la infelicidad el escenario es claro, puesto que es poco probable que el organismo colectivo se recupere de este shock psicótico-viral y que la economía capitalista, ahora reducida a un estancamiento irremediable, retome su camino; o bien podemos hundirnos en el infierno de una detención tecnomilitar en la que sólo Amazon y el Pentágono tengan las llaves, o bien podemos olvidarnos de la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación, y soñar otra sociedad posible. Lejos de ser improvisado, el diagnóstico de Bifo se asienta en conceptos acuñados en libros[[4]] anteriores que, siguiendo la estela de Deleuze, Baudillard y McLuhan, intentaban dar cuenta de la singularidad del mundo contemporáneo. “Semiocapitalismo”, “infoesfera”, “generación post-alfa”: nociones clave a la hora de pensar un mundo regido por la virtualización desterritorializada de la esfera social en pos de una productividad que despoja a los signos de referencialidad inmediata para oponer valores e información fungible en el mercado: imágenes, algoritmos, digitalización de la cotidianidad que propician la semiotización de la vida y la instalación del paradigma de la simulación en la red global de la cultura. Así, el espacio común donde ocurre el cruce entre medios tecnológicos y agentes perceptivos, la infoesfera, ha desplazado los componentes sensitivos de la subjetividad –la proxémica, los gestos, la piel– sometiendo y configurando la cognición y la sensibilidad a un modo funcional de comunicación disociada de las experiencias corporales y de la sintonía emocional. El mundo semiocapitalista se asienta sobre una economía en la que predominan la valorización y producción de códigos, que reducen la existencia del trabajador a un proceso de “celularización” y control.
Esa “fenomenología del fin de la historia” a la que el pensamiento de izquierda asistía con melancolía, que se manifestaba en una serie de dislocaciones claramente observables (el ascenso de los medios digitales, la aceleración descontrolada de la vida social, la precarización del trabajo y la experiencia humana, la disolución de las identidades locales y la emergencia de fascismos), ha sido de pronto puesta en jaque por la pandemia, por eso Berardi alerta que el año 2020 es un punto de inflexión. Hemos entrado en una mutación desencadenada por la proliferación del virus, que lo envuelve todo al extremo de bloquear la máquina abstracta de valorización y acumulación capitalista: “El código económico, que en algún momento establecía prioridades y medidas del valor, termina siendo reemplazado por el bios que funciona inexorable como nuevo código de semiotización”. Con la extinción de la humanidad en el horizonte, el virus actúa pues como un “recodificador universal”: la biósfera es atravesada por un agente que no puede ser reducido al código abstracto de la economía. “El sistema de prioridades económicas ha implosionado, se ha vuelto incapaz de interpretar y de codificar la realidad de la vida planetaria. Ahora la vida real es ésta: bosques que arden, hielos que se derriten, contaminación tóxica del aire, pandemia. La historia del capitalismo ha sido la historia del dominio en expansión de lo abstracto sobre lo útil, pero la carrera hacia la abstracción fue interrumpida por la repentina inserción de una concreción material proliferante: el virus”[[5]].
Franco Bifo Berardi advierte que es preciso co-evolucionar con el bio-semio-virus, mutar junto con el efecto psicosemiótico que vuelve necesaria y quizá posible la recodificación del mundo. En eso estamos, pues.
[1]Franco Bifo Berardi, El umbral. Crónicas y meditaciones. Buenos Aires, Tinta limón, 2020, pág. 31.
[2] “Cansada de procesar señales demasiado complejas, deprimida después de la excesiva sobreexcitación, humillada por la impotencia de sus decisiones frente a la omnipotencia del autómata tecnofinanciero, la mente ha disminuido la tensión. No es que la mente haya decidido algo: es la caída repentina de la tensión que decide por todos. Psicodeflación.” Ibid, pp. 21-23.
[3] Ibid, pág. 35.
[4] Ver de Franco Bifo Berardi: La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global. Madrid, Traficantes de sueños, 2003. Generación Post-Alfa: patologías e imaginarios en el semiocapitalismo. Buenos Aires, Tinta Limón, 2007. Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva. Buenos Aires, Caja Negra, 2017.
[5] Bifo Berardi, El umbral, p. 172.