Intervenciones

Comandos civiles

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El crimen del pibe de 17 años Lucas González en manos de policías de civil de la Ciudad nos obliga a volver a pasajes del libro "La sociedad ajustada" del Colectivo Juguetes Perdidos, publicado en diciembre de 2019.

Una mañana caímos al barrio y de un auto que estaba estacionado en la puerta del centro de salud, un tipo de chombita y pose de patova comienza a bajar y subir de un auto tratando de hacernos perseguir. Cuando doblamos la esquina, se baja rápido del auto y al toparse con otro que venía cruzando la calle, se comunica casi gritando por el celular para que lo escuchemos bien clarito: “Estamos acá, comisario, buscando a un pibe de campera roja y camiseta de Boca”. Después nos siguieron con la mirada hasta que entramos a la sede.

Después de esa secuencia teníamos pensando entrar a la sede y preguntarles a los pibes qué onda con ‘esos policías de civil’, pero no hizo falta, era el hashtag del día: “Están ‘parando’ todo el día, van así nomás y te paran, medio secuencia…”, tira una piba. “Paran a las pibas, a los pibes, a cualquiera, hasta al que tiene más cara de buenito. A veces andan en el patrullero ‘sin uniforme’”. “Dicen que los vecinos denunciaron a unos pibes –cuenta el compa del equipo técnico– pero preguntamos y nadie sabe nada de eso”. Después pinta el silencio y la parálisis porque nadie sabe bien cómo carajo actuar. No hay aliados de ningún tipo, todo lo contrario: un semáforo en verde para la policía –recargada vía revanchismo y doctrina Chocobar– que deja poco margen para moverse y activar. Un clima sórdido y ‘picanteado’ sobre un suelo de derrotas previas en las sensibilidades barriales en donde ‘los pedidos de tranquilidad’ cada vez van rompiendo y llevando más lejos los umbrales de lo aceptable.

Los policías de civil están en el barrio 2 de Abril. Estuvieron en junio por un allanamiento por drogas, pero, como suele pasar, se quedaron, “buscando pibes chicos” y siempre tras algún hurto menor; a la caza de “alguno que rastree algo. Buscan rastreros nomás. Cambian de autos, pero siempre están”, perciben los pibes con lucidez. Es ‘histórica’ la presencia de la policía de civil en los barrios –en las manifestaciones, en las movidas que se arman, etc.–, pero es novedosa y actual que esa presencia ‘rastrille’ y patrulle un barrio ajustado y en estado de implosión social y cansancio, y que lo haga con un respaldo ‘estatal’ y mediático –la gorra coronada– que les de carta blanca e inmunidad para un revanchismo y un verdugueo feroz.

Es ‘histórica’ la presencia de la policía de civil en los barrios, pero es novedosa y actual que esa presencia ‘rastrille’ y patrulle un barrio ajustado y en estado de implosión social y cansancio, y que lo haga con un respaldo ‘estatal’ y mediático que les de carta blanca e inmunidad para un revanchismo y un verdugueo feroz.

“Siii, se llevaron a mi hermano y nada que ver. Encima se lo llevaron a otra comisaría mucho más jodida. Hubo una secuencia sobre San Martín, y cuando ellos entraban al barrio los empezaron a correr y se los llevaron”, cuenta uno de los pibes. El verdugueo y la presencia policial ‘sin uniforme’ aplica un terror más desnudo y jodido. La policía de civil –que tendría que ‘trabajar’ en operativos específicos– se dedica a patrullar el barrio, a perseguir por pura sospecha, a hacer controles arbitrarios y pedir documentos a los pibitos chiquitos que van a la escuela o a la sede, a ‘copar’ y dispersar las esquinas, a recorrer sus calles en autos particulares; a hacer control poblacional y, sobre todo, a inaugurar y habilitar espacios de excepción para que cualquiera después pueda hacer las veces de policía barrial y ‘organizar la seguridad del barrio’; y aquí pueden entrar transas, grupos de vecinos, seguridad ‘privada’. Un escenario promiscuo en donde la jurisprudencia gorruda es muy oscura y tiene pocas o nulas resistencias sensibles en el barrio.

Aquí hay una diferencia nada menor con el desembarco de la Gendarmería de hace unos años. Ese patrullaje fue más ambiguo, los gendarmes ‘encontraban’ voces aliadas en los barrios; desde las mesas vecinales hasta vecinos sueltos, pasando incluso por algunos pibes cuando se ponían en modo-adulto e incluso por cierta militancia que, cayendo en un determinismo barrial y vecinal (que ve solo un barrio y un vecinalismo y no las disputas perceptivas y sensibles entre diferentes realismos) aceptó que ‘era lo que la gente pedía a gritos’. Hoy en día la presencia de los ‘comandos civiles’ profundiza el terror anímico; las voces de apoyo no aparecen no tanto porque no existan vecinos que los sostengan a nivel sensible, sino porque lo que domina es el silencio y la ‘clandestinidad’ de sus acciones se enlaza con las sigilosas implosiones sociales. El silencio como banda sonora de los barrios aplacados, implosionados, de mayorías cansadas, en donde se ‘salta menos’, se reacciona menos que antes, porque hay menor resto físico y anímico, porque las pocas energías que quedan se usan para gestionar lo más ‘básico’ de las vidas en la precariedad.

Ese silencio también queda sellado en la ausencia de berretines de los pibes para nombrar a los policías de civil; cosa que sí pudieron hacer con los loros –Gendarmes- y los pitufos –Policía local–. Sobran imágenes (videos de cámaras de seguridad cuando pasa algo, noticias que registran casos de gatillo fácil por parte de policías de civil o fuera de servicio, sus presencias visibles en el barrio) pero faltan palabras. Como si la imposibilidad de nombrarlos mostrase la dificultad de ‘sacarles la ficha’, de meterlos de alguna manera en el mapa de las relaciones de fuerza barriales, de captar sus movimientos complejos y sus presencias más sórdidas.

Foto: Lucila Chiovoloni

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