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Chile: El fin de lo que no alcanzó a comenzar

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El resultado de las elecciones de consejeros constitucionales del 7 de mayo de 2023 constituye el momento de término de un proceso que tuvo una apertura clara en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022, pero que con toda seguridad comenzó mucho antes. El autor analiza el triunfo de la ultraderecha y alerta sobre el avance de las violencias.

Foto: Paulo Slachevsky
Foto: Paulo Slachevsky

A continuación presentaré lo que considero constituyen algunas de las consecuencias políticas más relevantes de este proceso.

1. Comienzo señalando algunas cuestiones básicas y evidentes, soslayando cifras e informaciones que pueden encontrarse de forma abundante en la prensa.

La primera cuestión que se debe anotar es que estas fueron, más que ninguna otra desde 1990, unas elecciones marcadas por la propaganda del miedo. Fueron realizadas en medio de un proceso de ocupación policial de la sociedad, con una desatada reiteración de “noticias” y reportajes mediáticos sobre las delincuencia y diferentes formas de violencia, que tuvieron como un blanco preferencial a los migrantes latinoamericanos. La agenda del terror al semejante jugó a mi juicio un papel decisivo en el resultado y encontró al Partido Republicano como el mejor capacitado para capturar ese ánimo.

Lo anterior permite establecer, primero, la absoluta incapacidad de la mayor parte de los sectores llamados progresistas y de izquierda para enfrentar el tema desde un enfoque propio, diferenciado y eficiente, que no se limitara a hacer concesiones, pero también que el 35,41% obtenido por los Republicanos no corresponde a una masa de chilenas y chilenos ideológicamente ultraderechistas y xenófobos.

Por otro lado, la suma del porcentaje anterior con el obtenido por el pacto de la derecha tradicional (21,07%) permiten constatar que será ese sector quien controlará el proceso constituyente. Los contenidos del nuevo texto son por tanto previsibles. Cualquier retórica sobre defender orientaciones diferentes ha perdido todo sentido.

En este consejo ya no hay presencia de independientes, no hay representantes del mundo popular, ni dirigentes sociales, ni activistas. Solo militantes de partidos y un representante de los pueblos originarios, solo uno.

El Partido Comunista creció en su votación, pero dentro del oficialismo el Partido Socialista ha sido el que ha elegido más consejeros, y como siempre, tendrá más influencia en las negociaciones.

Finalmente, dos datos con el 99,98% de los votos escrutados:

En este elección con voto obligatorio, los nulos alcanzaron el 16,98% y los blancos el 4,56%. Por tanto, los electores que no se vinculan a ningún sector ni muestran preferencias, suman 21,54%. Es una cifra muy alta que no tiene sin embargo una expresión clara. De eso es muy poco lo que puede decirse.

Participación: el padrón era de 15.150.572 personas, votaron 12.484.109

2. En 2014 fue electa Michelle Bachelet, dos años después de lo que había sido el gran ciclo de movilizaciones estudiantiles y ambientalistas. Su segundo gobierno estaba presidido, al menos en sus primeros meses, por la idea de una apertura a las demandas ciudadanas y la necesidad de producir un reordenamiento en el sistema político que ayudara a contener una emergencia que, a todas luces, amenazaba con desbordar los cerrojos que había dejado la negociación de salida de la dictadura veinte años atrás. De esa suerte, el suyo se autoidentificará como “el gobierno de las reformas”.

Pero solo al principio. Pronto el inicial impulso transformador dejará paso al “realismo sin renuncia”. Entre uno y otro momento, sin embargo, el gobierno impulsará una reforma constitucional al sistema electoral que marcará el fin del sistema binominal que había imperado desde 1990, como verdadero guardián de la reproducción de un sistema político excluyente.

Esa transformación abrió una puerta cargada de oportunidades. En los hechos, ese proceso será el que permita que los jóvenes dirigentes estudiantiles Gabriel Boric, Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Karol Cariola se convirtieran en diputadas y diputados en las elecciones de 2013, y el Frente Amplio viviera un vertiginoso proceso de construcción como fuerza política a partir de 2017.

De fondo, la reforma contenía dos oportunidades diferentes. De una parte, abrir la institucionalidad política de forma que facilitara la participación y constitución de actores organizados que protagonizaran una nueva forma de democracia, y por lo tanto, comenzar a transformar desde adentro una institucionalidad que por más de veinte años había dado la espalda al pueblo, lo que requería, básicamente tres cosas: sostener las luchas sociales, construir organizaciones políticas estratégicamente orientadas a la transformación social y habitar las instituciones de una manera nueva, de forma de ponerlas básicamente al servicio de la construcción participativa de un actor de cambio.

Nada de eso ocurrió. El camino fue otro. Las reformas de Bachelet revelaron con el tiempo su verdadera profundidad histórica: permitieron un ingreso cuidadosamente restringido de las nuevas dirigencias juveniles a las elites políticas, de una manera que privilegió su adaptación acrítica, sustrayendo a la movilización popular parte importante de su capacidad organizativa.

Tres años después, el Frente Amplio se constituiría como un conglomerado de carácter básicamente electoral, tensionado en su interior por dos vertientes. Una se expresaba en el intento, más o menos difuso, por construir un espacio político nuevo, orientado a la fundación de una izquierda del siglo XXI; y por otro lado, un aparato electoral eficaz dirigido a permitir a su segmento dirigencial el acceso a las esferas de poder. La contradicción sería resuelta el 15 de noviembre de 2019, con la firma del Pacto por la Paz y la Nueva Constitución y la posterior salida de las fuerzas de izquierda del Frente Amplio, que quedó por completo liberado para avanzar a una alianza con sectores de la vieja Concertación, con especial énfasis en el Partido Socialista y el bacheletismo.

Tenemos entonces un ciclo de diez años que se cierra, que comenzó con las grandes movilizaciones sociales de 2011-2012, que tuvo su clímax en la Revuelta de 2019, que intentó y fracasó en su intento por construir un texto constituyente de carácter efectivamente popular, plurinacional, ambientalista y feminista, y que ha terminado por dar lugar a un avance monumental de las facciones más extremas de la derecha política. Ha concluido así el ciclo que se suponía que abriría un nuevo periodo en la historia, sin hacerlo.

Ha concluido el ciclo que se suponía que abriría un nuevo periodo en la historia, sin hacerlo.

Como resultado, en 2023 hemos arribado a un proceso parecido al de 1988: se constituye una nueva forma de las clases dominantes, un nuevo pacto de poder, una nueva elite política, también después de un gran momento de lucha popular democrática. Ahora, sin embargo, ello ocurre en medio de una agudización de la crisis del capitalismo en su forma neoliberal.

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”, la frase es suficientemente conocida. Una farsa, recordémoslo, es un tipo de obra dramática de carácter satírico, burlón, donde se muestran los aspectos ridículos y grotescos de actitudes y comportamientos humanos. Las luces del teatro ya están apagadas.

3. ¿El triunfo de la ultraderecha implica que se acaba el centro? No, en modo alguno. De hecho, puede decirse que el neoliberalismo mismo es de “centro”. La cantinela de la polarización, que subraya por un lado el triunfo de los candidatos del Partido Republicano y pone enfrente el crecimiento cuantitativo del Partido Comunista, es un cuento para asustar a la gente.

El centro es por lo pronto dos cosas. La idea de un espacio al medio del espectro político, habitado por las alternativas más sensatas, racionales y bienpensantes de la clase política, y es también el centro de comando, el lugar transaccional de una democracia que se define crecientemente como negociación. Lo que define el centro, de hecho, no es una función puramente política, es más bien su capacidad de articulación de la economía y la política, más precisamente, del poder económico y el poder político.

Entonces el centro es indispensable para la acumulación del capital en una sociedad modelada por el neoliberalismo. Eso es, precisamente, lo que rápidamente instalan los empresarios cuando saludan el triunfo republicano e inmediatamente señalan la importancia de prevenir una polarización de la sociedad y contener los maximalismos, de forma de construir, ahora sí, un “texto equilibrado” que evite un nuevo rechazo. De alguna forma es también lo que está en el fondo del inteligente discurso de Kast la noche del 7 de mayo, y también, por cierto, en el llamamiento del presidente Boric a los republicanos “a no cometer el mismo error que cometimos nosotros en su momento”, sobre el supuesto falaz e interesado de que en el proceso anterior no hubo diálogo.

El centro se reconstruirá a la derecha en medio de una brutal crisis de un gobierno que apostó por construir una versión diferente del centro como su lugar en el mundo, un gobierno que ha descendido un paso más.

El problema entonces no está en que pudiera disolverse el centro. El problema es cómo se definirá en el futuro. Una cosa es segura, bajo el neoliberalismo, la conformación del centro político –que no tiene nada que ver con lo que fue esa posición en el viejo esquema de los tres tercios– tiene como basamento principal la rigurosa exclusión de los sectores populares de la acción política. Esa será, por cierto, la primera certidumbre, porque es, de hecho, la primera evidencia que arroja este proceso. Lo segundo será entender que el centro se reconstruirá a la derecha. Lo tercero es que todo ello acontecerá en medio de una brutal crisis de un gobierno que apostó por construir una versión diferente del centro como su lugar en el mundo, un gobierno que ha descendido un paso más, cuando parecía difícil seguir descendiendo.

4. El resultado principal de las elecciones del 7 de mayo es el aseguramiento de condiciones extraordinarias de acumulación del capital en plena crisis del neoliberalismo. Si la Revuelta de 2019 fue un momento revolucionario en el sentido de la apertura de una posibilidad de cambio, los nueve meses que van desde el 4 de septiembre de 2022 al 7 de mayo de 2023 configuran el momento contrarrevolucionario, es decir, aquel en que se tiende a debilitar la democracia, y se consolida una situación política que permite los procesos más brutales de rentabilización del capital, basados en la sobreexplotación del trabajo y el endeudamiento, en el sometimiento de las mujeres, en la represión y sometimiento de los pueblos originarios, en la brutal depredación de los ecosistemas. El neoliberalismo, como régimen de inhumanidad, se fortalece. Se buscará superar la Constitución pinochetista de 1980 con una Constitución de derecha pospinochetista.

5. Ya ha comenzado en nuestro país un proceso de violencia, de represión al pueblo mapuche, de xenofobia y expulsión de comunidades migrantes, de ocupación policial de las ciudades. En esta nueva situación, todo ello tenderá a agravarse.

Valparaíso, 8 de mayo de 2023.

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