Carta a mis hermanas más jóvenes
¿Por qué estas cartas? Porque me empeño en contribuir a la profundización e intensificación del tiempo de rebelión feminista que se ha abierto en nuestro continente a golpe de lucha, de ocupación de la calle, de análisis y comprensión de nuestros dolores más íntimos, de deliberación política, de creación de todo tipo de vínculos y enlaces para sostener la vida, de politización multifacética de terrenos oscuros de la vida cotidiana, de debates eruditos e inteligentes y, claro que sí, de gozo y sorpresa compartida. Quiero contribuir también con palabras en los actuales momentos de creciente amenaza fascista. Hace varios años que me dedico, principalmente, al trabajo de formación. Me doy cuenta de la fertilidad de mi oficio actual, que es el de profesora, cuando veo cómo florecen y se auto-afirman muy queridas compañeras más jóvenes. El diálogo constante con ellas me nutre y me enriquece. He aprendido que en la práctica de la relación cotidiana y sostenida con ellas se desborda el vínculo instituido cuando se crea confianza. El conocimiento, entonces, va y viene: fluye desde diversos flancos. Aprendemos. Aprendemos juntas y nos convertimos en fuente de fuerza unas para otras. La práctica de la relación no disuelve las diferencias entre distintas, pero las regula y las equilibra. Logra que tales vínculos no se conviertan, de manera inmediata, en relaciones jerárquicas y desigualadoras; aun si tales vínculos continúan siendo, con frecuencia, bastante conflictivos. He aprendido, también, que hay bloques de conocimiento del mundo cuya transmisión no es sencilla. Hablo de conocimiento del mundo, es decir, conocimiento práctico, conocimiento sensible, conocimiento intuitivo y conocimiento razonado y expresado de manera formal.
Por eso ahora me decido a escribir esta serie de cartas a mis hermanas más jóvenes.